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Teoría del exceso

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Con semejante argumento solo cabe un camino, sacar comicidad entre tiro y tiro o hacer del exceso la fórmula para acumular una sucesión de escenas desmadradas. Ryan Reynolds es un guardaespaldas de capa caída; Samuel L. Jackson, un asesino a sueldo que debe testificar ante el tribunal de La Haya contra un genocida ex gobernador de Bielorrusia que tiene una legión de matones a la caza tanto del protector como del criminal y que, por su parte, se llevan como el perro y el gato, y, de por medio, las mujeres de ambos, una agente de la Interpol (Elodie Yung) y una deslenguada con malas pulgas (Salma Hayek). Con El otro guardaespaldas, cuyo cartel recuerda a Kevin Costner protegiendo a Whitney Houston, el realizador australiano Patrick Hughes sigue haciendo honor a sus claves cinematográficas ya vistas en Los mercenarios, tal vez aquella con más músculo pero sin dejar su afición por destrozar coches, ofrecer innumerables peleas, llenarlo todo de explosiones y tiros hasta la saciedad entre persecuciones de alto voltaje por Londres y Amsterdam, no dejando títere con cabeza. Samuel L, Jackson le pone guasa y practica con eficiencia el arte de matar a la cosa, y se apunta un título más en su ya inacabable filmografía, mientras que Ryan Reynolds, con cara angelical, también reparte estopa con idéntica eficacia. Podrían inaugurar un cementerio y poner el cartel de completo en el tiempo que dura esta cinta que, con sus camiones bomba, sus intentos de atentado en ciudades europeas y sembrando el caos por las calles se pone en el ojo del huracán en unos momentos muy delicados. Pero bueno, esto es ficción, violenta y pretendidamente cómica, sin más.

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