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Los androides ya no sueñan

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Resulta poco eficaz andar buscándole taras a esta película, sobreponerla, compararla con constancia, intentar remover lo que es obvio. El Blade Runner de Ridley Scott es una obra maestra de la historia del cine sin ningún paliativo, donde todo se conjugó para conservarse intacto en la memoria, mientras que el Blade Runner 2049 de Denis Villeneuve es una muy buena película. Eso por sí mismo ya marca distancias. En esta continuación se camina sobre las cenizas de las cenizas, el vigor en su mensaje es pausado, todo tiene atmósfera de mayor hastío aún si cabe, aquel tono de cine negro futurista se sustituye por tristeza existencial, ya no hay rebeldía en las miradas, ahora se trata de hurgar en los recuerdos y adivinar cómo se construyeron. El paso del tiempo ha hecho mella; los replicantes, poéticamente violentos con suficientes razones para rebelarse son ahora veteranos outsiders; lo post apocalíptico lo inunda todo, el ambiente, la soledad pegada en cada plano, la melancolía de K, un héroe sin vocación de serlo, el inmisericorde clima y las ciudades olvidadas donde el mítico Deckard se resguarda en el olvido. Hampton Fancher adaptó la novela de Philip K. Dick en el año 1982 y ahora también comparte el guión, toda una garantía para diálogos entre seres fatigados, extenuados entre tanta arquitectura del desorden, hologramas que aman y hombres que siguen jugando a ser Dios. Denis Villeneuve dota al film de una atmósfera extraordinaria, visualmente irreprochable, donde la melancolía se muda en cada plano sin dejar su halo de aflicción. Todo eso hace de Blade Runner 2049 una película importante. Compararla, menospreciarla, sería perderse como lágrimas en la lluvia.

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