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Cuestión de fe

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Esta crítica puede parecer irreverente porque ni tan siquiera se acerca al espíritu de plantearse cuestiones de fe, ni de medir las que ofrece esta película. Todo en La cabaña funciona de un modo panfletario y no se esconde por ello -eso la honra- pero de ahí a que uno abrace la teología más cándida y pueda sorprenderse por las vías que se utilizan para mostrar a la Santísima Trinidad, a un Dios más de andar por casa que el Morgan Freeman de Evan Almighty (Como Dios), hay un Mar Rojo de por medio. De por sí el esquema promueve fases y ahonda en el drama que más duele, la muerte violenta de un hijo y la tragedia que ello conlleva. Un padre en lo más frío del invierno congela su alma, queda preso en sus propios fantasmas, hasta que una carta en su buzón remitida por el mismísimo Dios le requiere a que vuelva a la cabaña donde hace unos años ocurrió la muerte de su niña. Y de este modo asistimos a la transformación de un hombre, en el aprendizaje hacia el perdón, a la metafísica que aleccionan seres divinos con aspecto de gente común que bien podría habérsele cruzado por la calle. Entre imágenes floridas, de milagrosas acciones, Hazeldine nos quiere imbuir de controversia, de consejos más cercanos a la superación que al adoctrinamiento, logrando así un manual de autoayuda en el que no se escatima en discursos con alma bíblica. Y es que La cabaña adapta un best seller de William P. Young que se ha hecho millonario con esta mirada renovada hacia la fe cristiana que no pienso leer porque con la película ya he tenido más que suficiente. Tal vez por ese descreimiento, ya llegado a una edad tardía, todavía no me haya dejado Dios una carta en el buzón

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