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El gigante y su sombra

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Cine vasco entre lo rural y lo mágico, entre la historia y la leyenda, de hombres pegados a la añoranza, de sentimientos resguardados en un paisaje propio. Como aquel Tasio de Montxo Armendáriz o Vacas, de Julio Medem, películas enclavadas en un tiempo pasado, severo, férreo, en el que se dibuja un folclore, una rudeza cargada de ternura y dolor y, sobre todo, una identidad. Tras la emotiva Loreak, firmada por Jose Mari Goenaga y Jon Garaño, este último se une a Aitor Arregi –Goenaga participa en el guión– para llevar a la pantalla la historia real del que fue llamado Gigante de Altzo, la pequeña localidad guipuzcoana que vio nacer y crecer con desmesura –dos metros y medio– a un hombre aquejado de acromegalia. Partiendo de esa premisa, Handia (‘grande’ en euskera) se impregna de un halo fascinante, de un retrato realista de la vida en el siglo XIX, al tiempo que desvela la personalidad de un ser sencillo con alma rural, dolorido físicamente y visto como un ser grotesco, así como su relación con el entorno, con ese hermano que luchó en la primera guerra carlista y quedó lisiado. Un hermano que, con sentimientos encontrados y dentro de una relación compleja, acompañará al gigante por todo el territorio y por media Europa convertido en un espectáculo de feria, en un ser raro a la vista de todos. La soledad de un hombre inmenso escondido en su propia humildad, el agravio y sus raíces, van marcando un trabajo tan triste como delicado en su construcción, en una vida que quiso ser otra y con escenas que quedan pegadas a la retina como ese abrazo fraterno entre hermanos en un blanquecino paisaje que concentra buena parte de la esencia de una gran película.

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