La vida difícil

A Sean Baker hay que aplaudirle y admirarle por haber mostrado el reverso de la moneda de este gastado sueño americano. Por haber salido de una Florida de palmeras, coches de colección y ritmo latino efervescente para irse al extrarradio, a la zona lumpen, donde la marginalidad deja huella en moteles horteras, que son hogar y refugio de seres infortunados que ejercen toda clase de oficios mal mirados para pagar semana a semana su pequeño espacio vital. Y resulta curioso que esa zona empobrecida se encuentre pegada a Disneyworld, donde dicen que los sueños se hacen realidad. The Florida Project es una película de personajes, con esa madre rebelde que, como Peter Pan, se niega a crecer y que todo lo estropea por supervivencia, y esos niños que, pese a estar en el lado equivocado, no han perdido la alegría, esa chispeante energía pícara que les lleva a recorrer aventuras en las que habita el olvido. Niños capitaneados por la superlativa magia de la pequeña Brooklyn Prince, lista, gamberra, imaginativa, que se busca la vida entre el drama del día a día, empeñada en ser eso, una niña que adora a su madre porque es lo único que tiene. Y entre tanto perdedor, entre tanta gente sin amor, ahí está ese encargado de motel con un rostro que es un paisaje en sí mismo, que es todo humanidad, un protector de desheredados, un papel que Willem Dafoe interpreta con gran sinceridad y generosidad (señores de la Academia no duden, denle ya el Oscar que se merece desde hace años). Y es que en lo que retrata The Florida Project a uno se le antoja que al final del arco iris, allá donde está el oro, hay un enano malhumorado dispuesto a no dejar soñar con una vida mejor.