La velocidad de las tortugas

Sería bueno, para los que no han tenido oportunidad, que pudiesen ver el documental Harry Dean Stanton: Partly Fiction de Sophie Huber para darse cuenta de que entre el Lucky de John Carroll Lynch y el personaje real apenas existen fisuras, porque ese hombre, que es como un mapa de la geografía humana, deviene mítico. Fallecido al poco de terminar la película, este veterano actor cuya filmografía es imprescindible, no faltó nunca a la cita de su bar preferido durante 42 años, tenía alma de buen músico fronterizo, y se mezclaban en él, el privilegio de ser un icono independiente con esa melancolía del hombre crepuscular, que huía de las fiestas para sentarse en el viejo sofá de su casa para no añorarla. Lucky es un retrato vital del que se sabe viejo, que entre leves ejercicios matutinos fuma, porque su salud es inquebrantable, tanto como su bondad camuflada de rebeldía. Un hombre de rutina diaria caminando por calles de una parte de América que se resiste a desaparecer. Un hombre de frases cortas y sabias conclusiones ante lo que somos, ante lo que seremos cuando no seamos nada. Pero ese miedo a la despedida no es triste, es hermoso, tan sereno que emociona, como el ver a David Lynch con el que Harry Dean Stanton trabajó en seis ocasiones como compañero de barra de bar al que se le ha escapado su querida tortuga, esa tortuga que camina libre por la aridez del paisaje desértico, al mismo tiempo en el que un gran actor, en el mismo lugar nos mira y sonríe cordialmente con un cigarrillo entre los dedos, como un cowboy irreductible que ha vivido su tiempo y a su modo, dentro de una película en la que dentro de su propia sencillez, radica toda su grandeza.