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Yo soy la tormenta

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Al principio, en ese prólogo de más de 15 minutos que ya presenta el devenir de esta sexta y espectacular entrega, el indestructible y sin embargo humano Ethan Hunt pronuncia una contraseña,

“Yo soy la tormenta”,

y no exagera lo más mínimo porque cuando Hunt y su equipo comienzan a moverse, el mundo ya no es el mismo. De aquella serie televisiva de los 60 que encendió la mecha, ya no queda nada porque los tiempos cambian y porque lo que persiste es la acción, los nervios a flor de piel -tanto para los personajes como para los espectadores-, lograr de lo imposible algo posible. Tom Cruise es la reencarnación de Ethan Hunt y viceversa, pero aquí consigue ser más terrenal, más frágil emocionalmente, aunque eso no será impedimento para salvar al mundo de esos malos empeñados en hacernos desaparecer de la capa de la tierra con amenazas nucleares. Ese héroe señalado por todos tiene la virtud de romperse y recomponerse entre tiroteos brutales vibrantes persecuciones en famosas ciudades, pilotar y pelear en helicóptero o machacarse con falsos aliados y un sin número de oponentes. Las más sofisticadas tretas no solo son familiares para este hombre que lleva la tormenta consigo, sino que junto a sus compañeros de batalla, se utilizan como contrapartida. No hay límite, todo es grandioso y aparatoso, eso es innegable, y la complejidad de su hilvanado argumento en el enredo de nombres, cifras y siglas, queda superada por el ruido y la furia. Pura adrenalina, vistosa exhibición perfectamente medida, como maquinaria de relojería milimétricamente ajustada para que en todo momento te sobrepase, te enganche y no te suelte hasta los créditos finales.

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