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Todo puede ir a peor

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Esta película llega con sello de comedia negra islandesa, pero rápidamente se te congela la sonrisa si consigues que algo te parezca divertido. Y es que Buenos vecinos es perturbadora e inquietante y se mueve en dos frentes dramáticos que se relacionan. El primero en torno a una separación, a una infidelidad que agria comportamientos, que pone a una menor en el centro de la ruptura, y donde los malos entendidos y el acoso desesperado harán el resto. Y el otro, que nace de una nimiedad como la mayoría de conflictos cotidianos, pero que alcanza cotas altamente trágicas desvelando la insondable maldad que anida en el ser humano. Un árbol que hace sombra al porche de los vecinos es el punto de partida hacía la sordidez más absoluta, venganzas que convierten la calma entre dos casas vecinales en una irreconciliable guerra psicológica y cruel que el islandés Haffstein Günnar Sigurðsson dosifica y ralentiza, despertando monstruos ocultos. De esa Islandia en la que todo es calmo, donde parece que nunca pasa nada, se abre una crónica negra gélida, tan realista que no provoca empatía con ningún personaje, todo lo contrario, desde los penosos por contraerse, por hacerse pequeños ante la desventura, a los despiadados, traumatizados por desgracias personales, y que canalizan su rabia hacia el entorno más próximo. Esa espiral de odio narrado con la naturalidad de quien observa sin inmutarse y sorprende. Esa frialdad tan abrumadora que viene del norte, como una ráfaga de aire helado, donde se va formando como un espejo en el que podríamos estar reflejados nosotros mismos, porque la estupidez no es patrimonio de un lugar, ni de unos pocos, y la maldad tampoco.

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