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Los afectos prestados

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En una sociedad en la que todo está calculado y marcado, donde los matices poco importan con lo que se sale de la norma, lo atípico tiene consecuencias, y nuca buenas. Una familia inventada no es una familia, enseñar lo poco que uno sabe desde una inocente ilegalidad no es aceptable, y recogerse y protegerse sabedores que no importan a nadie, desde una perspectiva legal, desconcierta e incomoda. El realizador japonés Hirokazu Kore-eda, cuyas películas siempre están enmarcadas en núcleos familiares, con “Un asunto de familia” compone un retrato de personajes cada uno de ellos necesitado de ternura, una ternura que se reparten dentro de su marginal habitat. No son puros, no son perfectos. De por sí, llevan consigo profundas taras, pero están revestidos de humanidad. Una niña desatendida recogida por esta peculiar familia sirve para adentrarse dentro de ese pequeño grupo de personas que, entre sus miserias y sus dudosas obras, tienen la virtud de fortalecerse unidos, de mostrar lo mejor de ellos mismos, de aportar el uno al otro ese afecto que fuera, entre el frío, el calor, la lluvia o la nieve, los aleja del derecho de ser ciudadanos corrientes. Esta magnífica película Palma de Oro en Canes es una declaración de amor construido frente a la adversidad, y esa carga sensible transpira, se siente, se percibe en cada momento sin caer en juicios de valor, sin sensiblerías, repleta de emotividad, de giros y situaciones que hilvanan lo alegre y jovial con lo triste y severo, y que en la imperfección de cada miembro de esta familia construida a sí misma, nos conmueve y acerca mucho más a sus sentimientos y naturaleza, que a la realidad sea justa o no de las leyes de otros.

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