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El rey del bosque

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‘LA ESCUELA DE LA VIDA’

Cines: Screenbox Funatic.


País: Francia. 2017. Director: Nicolas Vanier. Intérpretes: François Cruzet, Jean Scandel, Eric Elmosnino, François Berléand, Valérie Karsenti.

Dur.:116 min. Castellano.

★★★★
Más que criticarlo, se agradece el tono añejo de esta película con sello francés. Es como una bombona de oxigeno que, siendo atractiva la historia o no, al menos te reconcilia con la belleza de las cosas, con la sencillez de estar admirando algo que es nuevo, con la sensación de un cine que ya apenas se hace. En La escuela de la vida se entremezclan en la memoria aquellas historias de niños huérfanos de las películas de David Lean sacadas de la penuria infantil que imprimía Dickens a sus personajes para posteriormente recompensarlos por el mal trato recibido. Al aprendizaje sureño de los niños curiosos de Mark Twain, o a la vocación folletinesca de dramas familiares de rancia cuna que cometieron grandes errores del corazón en el pasado, pero a los que se les abre el camino para redimirse.

Nicolas Vanier, a través de un niño sacado de un orfanato para llevarlo a la enorme propiedad del conde de la Fresnaye, de la mano de una sirvienta del lugar casada con un guardabosques que levanta en un principio solo adversión, nos muestra dos formas de vida en el lugar, la de los ricos y la de los pobres, la de los cazadores uniformados a la inglesa al toque de corneta de caza, y la de los furtivos que a la postre resultan mucho más respetuosos.

También a Célestine, su protectora con secretos dignos de un culebrón y, sobre todo, a un personaje que hubiese encarnado maravillosamente Michel Simon, Totoche, el hombre libre, pesadilla del lugar, rebelde y maestro iniciático del joven en cada detalle y en cada confidencia que extrae del entorno, de la tierra, de los árboles y los ríos, de los animales y todo lo que conforma el paisaje.

Y es ahí, en la extraordinaria fotografía de Éric Guichard donde La escuela de la vida maneja su mejor baza, en cada plano que sorprende por su armonía, por ese acercamiento a la naturaleza tan preciso, tan cinematográfico, hasta el punto que tanta brillantez visual eclipsa un tanto una trama en la que se reparten personajes estereotipados: desde el gruñón con buen corazón al burgués amargado y su hijo disoluto y pérfido; la niña que despierta aquello del primer amor infantil o la canalizadora de la historia, que se mueve entre dos mundos sociales tan dispares.

Más allá de su propuesta argumental, en esta película aflora un sentimiento vitalista, proteccionista, casi didáctico en torno al entorno natural, a la belleza frente a frente y en su estado más puro, como ese ciervo majestuoso que se erige como el rey del bosque y, finalmente y en gran parte, de la película.

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