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El estado de las cosas

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UN ATARDECER EN LA TOSCANA


País: Polonia, 2019.

Dir.: Jacek Borcuch.

Int.: Krystyna Janda, Antonio Catania. Cine: Funatic

★★★★
En la película argentina del 2016 El ciudadano ilustre, de Mariano Cohn y Gastón Duprat, un escritor galardonado con el Premio Nobel de Literatura regresa tras cuarenta años de ausencia a su pueblo para recibir un homenaje y es allí donde su envoltura de hombre intocable en su burbuja de mito quedará maltrecha a causa de la condición humana, herido su amor propio y, sorpresivamente, lo que prometía reencuentro y honores, se convierte en pesadilla.

Un atardecer en la Toscana sondea esas mismas heridas desde otra perspectiva, pero con resultados paralelos. Aquí es una mujer la que recibe tan distinguido galardón, una escritora polaca de origen judío afincada en el corazón de la Toscana, en la idílica localidad de Volterra, que la fotografía de Michal Dymek muestra desde la pura belleza del paisaje, entre el verdor y la bruma, entre la montaña y el mar.

Un lugar adecuado para una escritora y su reconocida fama, para ella y la gente que la envuelve y le aguanta sus arranques de libertad personal. Una mujer entre la crisis emocional y una personalidad sin tamices. El realizador Jacek Borcuch nos lleva con maestría al interior de un drama familiar revestido de normalidad, donde el entorno es un elogio a la figura de alguien famoso en la comunidad, una comunidad que no duda en dar su reconocimiento. Momento en que todo se distorsiona, adquiriendo una atmósfera de tensión y rabia mal contenida cuando Maria Linde lleva a cabo un discurso políticamente incorrecto tras un atentado islamista en Roma.

Unas palabras que no se han entendido desde un espíritu conciliador, sino como una bofetada a la falsa moral, a la iniquidad política, a ese resquebrajamiento de toda humanidad.

Sus secretos más íntimos, su conducta independiente, sus pequeñas rebeldías ya no serán perdonadas. Todo se teñirá de tensión, de tristeza, que, sin embargo, resbala sin hacer ruido, posándose en un territorio idílico pero afectando a sus protagonistas, causando el efecto de algo que se rompe y no se puede reparar. Un atardecer en la Toscana habla de una colectividad que vive el temor hacia lo distinto, a la amenaza del otro y, por qué no decirlo, que ha ido tan bien a la política de algunos para su propio impulso.

Lo cierto es que con un final tan cortante como reflexivo que apela a la conciencia del espectador para que sea él mismo el que tome su propia conclusión, la película nos conduce hacia el mundo que vivimos actualmente, en el que la palabra es también un alma cautiva.

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