En un país miserable

Gran parte del buen cine español se desarrolla desde el ámbito rural, desde un tiempo fílmico en el que el paisaje es personaje y el drama es de quien lo habita. Y también, ese cine le debe mucho a las páginas que han revelado historias profundas enmarcadas en la nada, a la literatura que ha puesto imágenes a soledades e infortunios de gente anónima de una España malparida, cruel, siniestra y desoladora desde que un tiempo de derrota conquisto el alma de muchos hombres.

Intemperie, la novela del extremeño Jesús Carrasco, es una de esas obras que desde su publicación en 2013 ya era estampa que quedaba grabada en la memoria antes de convertirse en cine. Es una novela en la que se mastica el polvo, en la que el vacío lo inunda todo, la maldad de los hombres resulta evidente y la amistad es un lazo tan fuerte como amargo.

El andaluz Benito Zambrano, que con Solas logró afirmarse como uno de los directores más prometedores del panorama español y cuya estela se fue diluyendo, se reafirma años después con esta película que es una herida abierta a la memoria, a unos pocos años después de una guerra civil en la que el hambre y la servidumbre era insoportable, en la que un capataz refleja a esos malditos fantasmas que se apropiaban del lugar y sus gentes, que los maltrataba y los degradaba junto a sus perros serviles, miserables chulescos salidos de un ejército de sombras que se apropió de todo un país campando a su aire por una miseria o una palmada del fascista amo del lugar.Intemperie muestra la huida de un niño de un yugo que le robaba la inocencia y de unos hombres que lo persiguen para que vuelva a ser juguete del que manda en la zona. El encuentro casual con un cabrero, curtido, viejo soldado derrotado, solitario y duro como la tierra que pisa, creará una amistad cerrada, insondable, fiel hasta las últimas consecuencias.

Y en esa amenaza latente que los perturba, en esa crueldad que se advierte y destila la película en escenas tremendas, subyace esa chispa de supervivencia y una mirada a una tierra árida, polvorienta, marcada por la sequía entre pozos con hilos de agua, en la insolación del campo baldío, estéril, en sus recovecos y covachas, en la indigencia de esos seres que apenas se distinguen del entorno.

Con alma de western seco y desencantado tanto en su desarrollo como en su desenlace, Intemperie inquieta y molesta porque en su realismo no existe la complacencia, todo tiene un regusto triste, pesaroso, de derrota moral en un país maldito que no quiso saber nada de la libertad de los hombres.