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Las raíces del mal

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LEGADO EN LOS HUESOS


País

: España, 2019.

Dir.:

Fernando González Molina.

Int.:

Marta Etura, Leonardo Sbaraglia, Imanol Arias. Cine: JCA Alpicat

★★★
Reconozco ser una de las poquísimas personas que no han leído nada del gran éxito literario de Dolores Redondo. Esa Trilogía del Baztán que quién la ha disfrutado me señala que no puedes dejarla, que una página te lleva a la otra con ansiedad. Y contando con legión de seguidores, se ha llevado al cine. Se hizo con una primera entrega, la primera novela, El guardián invisible, que defraudó a propios y extraños, que no supo captar la esencia de las letras impresas en un continuado suspense.

Ahora se estrena la segunda parte, Legado en los huesos, donde parecen confluir todos los nudos narrativos, donde todo es difuso para el profano, donde las tramas y las subtramas dejan al no lector en un claro fuera de juego, y aún así, la película puede admirarse desde su propio esfuerzo por ser un thriller con la mentalidad de llegar al fondo de las raíces del mal, o como señala el padre Sarasola (Imanol Arias) no solo interesándose en los casos de personas despiadadas y crueles que disfrutan causando dolor, sino a la esencia misma del mal. Legado en los huesos nos habla de esa indefensión infantil traumática escondida dentro de una mujer investigadora a la que se le abre el frente de ser madre, y esos fantasmas que vuelven ferozmente a su vida, una Amaia (Marta Etura) enredada en un ambiente dañino en el que la locura, la muerte y lo malsano se hacen dueños de esta historia enmarcada en unos lugares tan extraordinarios como sobrecogedores. Esa lluvia incesante, una atmósfera angustiante, la naturaleza que se desborda y todo lo inunda, forma parte de una construcción depurada que deja mucha mejor impresión que su titubeante inicio de trilogía. Aun con todo, y sin conocimiento del detalle, de la imaginería de cada lector a la hora de construirse esta historia para sí, y de este modo poder convertirse en juez en su trasvase cinematográfico, le sobra un tanto ese juego entre película policíaca que se reviste de drama, esa fijación por lo emocional que por momentos amenaza con nublar la intensidad de tan complejo relato, donde se adivina que nada es lo que parece ser.

Siendo difícil sorprender con algo que por miles conocen al detalle, su director Fernando González Molina le pone pulso y tensión a una tela de araña donde todo asfixia en ese Elizondo profundo, donde nombres malditos quedan grabados anunciando ese mal que todo lo invade en un círculo que se cerrará en su tercera y última entrega que, habiéndose ya rodado, tardará poco en acaparar de nuevo la atención de sus millares de incondicionales.

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