La guerra en la piel

Esta película de valor desesperado la dedica el realizador Sam Mendes a su abuelo, cabo del ejército británico combatiente en la Gran Guerra. De sus historias contadas, de una épica terrible, Mendes lleva al cine la de dos jóvenes soldados que deberán cruzar en un solo día la devastada tierra de nadie y territorio enemigo para trasladar un mensaje y evitar así que centenares de hombres vayan hacia una trampa y a una muerte segura. Mendes recurre a consecutivos planos secuencia, a los alardes de cámaras innovadoras para contarnos esta historia de guerra y destino, logrando una notable pericia, tal y como hizo Hitchcock en La soga o Welles con Sed de mal, y coloca a dos jóvenes y solventes actores sin ego de estrellas en el corazón del miedo, en la esencia de la crueldad, dos personajes al borde del agotamiento físico y psíquico.

Desde las escenas iniciales recorriendo las embarradas y mugrientas trincheras, que guardan analogía con las del coronel Dax en Senderos de gloria de Kubrick, o con las historias gráficas del gran Tardi en El soldado Varlot o La guerra de las trincheras, pasando por las trazadas en un pueblo derruido y en llamas donde a cada paso aflora el peligro, hasta llegar a la visión de un soldado agotado entre oleadas de infantería en un ataque suicida, 1917 se posiciona como una de las películas en torno a esa tragedia que es la guerra más poderosa, más angustiosa, vigorosamente filmada, para mostrar el miedo, acompañando un relato en el que los sentimientos y el horror están clavados en la mirada y en la aguda respiración. Un manifiesto heroico en torno a seres humanos que en el fondo tan solo anhelaban volver vivos a casa.