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Brahms con swing

Brahms con swing

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José Cura te coge la Sinfonía del Nuevo Mundo y te dice: ¡Esto no es Brahms!, ¡Es América! Aquí hay danza, hay swing. ¡Hay que bailar! En mi vida había oído una versión con tanta mala leche. ¡Qué tercer movimiento! ¡Eso parecía Beethoven! Antes de dirigirla a la OJC lo hizo a la Sinfónica de Praga. El concertino checo le decía: aquí siempre se ha hecho un meno mosso. Y Cura respondía: pues Dvorák no lo ha escrito. O sea que... ¡tiren millas! Fue sensacional el segundo movimiento (este sí brahmsiano, a diferencia de los otros tres), en el que hubo virtuosismo en las maderas, con frases y tempos estrambóticos, y pulcritud en el emocionante acorde final de cuatro notas (dicho con solo 3 contrabajos: un cello tocó la nota más alta). El problema que afrontó Cura fue la poca cuerda que había. Nueve violines en lugar de 12 (o 16); 5 cellos en lugar de 8 ó 9; 3 contrabajos en lugar de 5. Cura hizo un trabajo portentoso en los ensayos y logró que en estas condiciones los músicos tuvieran la sensación de que hacían cámara, es decir, todos se oían a todos. A los solistas les dice: fija tú el tempo y nosotros te seguimos. Eso da una confianza brutal. En los tutti, en cambio, exige disciplina: “no me sean cantantes”, les dice a los músicos, irónico, este tenor universal. La orquesta titubeó en el tempo del primer movimiento y estuvo divina en el segundo (el único en el que Cura permitió a los músicos ser alemanes), vitamínica en el tercero y sobrada en el cuarto. Antes la cuerda calentó con el Adagio de Barber (¡Dios mío!) y toda la orquesta, con un precioso tango de Piazzolla que tiene lo que tiene siempre la música de Piazzolla: que te enamoras de ella a primera vista. ¡Qué maravilla de concierto!

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