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Lecciones de poesía

Lecciones de poesía

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Pere Rovira ha recibido cuatro grandes lecciones de poesía. La primera se la dio Espriu cuando le visitó en los años 70. El mítico poeta le dio una tarjeta que rezaba: “Salvador Espriu. Advocat”. La segunda, también. Un joven Rovira le enseñó un poemario que había escrito siguiendo algunas tonterías vanguardistas que entonces le gustaban (hoy dice que los surrealistas son boy scouts al lado de Baudelaire) y Espriu le explicó: “veo que se ha dejado usted los signos de puntuación; mire, se los he puesto yo”. La tercera se la dio su padre cuando Rovira era un niño que dibujaba tigres muy bonitos en pocos minutos. El padre le dijo: “¿y qué importa que los dibujes rápido? Sólo importa que los dibujes bien”. La cuarta se la dio su padrí Esteve, que regaló al niño Rovira “unos veranos pequeños e inolvidables”. El padrí era payés y cuando acababa la jornada encendía un cigarrillo y le decía a su nieto: “¡mira qué surcos tan perfectos!”. Sin duda la lección principal. Para la poesía y para la vida. Estas cuatro lecciones están en el libro Contra la mort (Proa, 2011), que constituye, quizás, la poesía catalana más alta que yo he leído. No es fácil poner notas a estos versos porque ya son música –y qué música–. En Contra la Mort / Against Death (Quadrant, 2017) lo hace su hija Emília –ella también una poeta sabia y honda– con delicados acordes impresionistas, colores cálidos como las ilustraciones de Kayla Stuhr que completan el trabajo, texturas íntimas que en sus mejores momentos –magnífico arranque de La lluna i la mar- vuelan hasta el cielo de Satie. El repadrí de Emília, el de los surcos perfectos, se habría emocionado con esta música, y también con los versos de su nieto.

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