SEGRE
McCreesh, en imagen de archivo. El miércoles dirigió en el Palau.

McCreesh, en imagen de archivo. El miércoles dirigió en el Palau.SEGRE

Creado:

Actualizado:

BACH

Obra: Pasión según san Mateo.

Int: Gabrieli Consort & Players. Paul McCreesh, director.

Lugar: Palau de la Música Catalana. 10-4-19

★★★★☆
Me parece un error interpretar la Pasión según San Mateo sin coro, con tan solo los solistas, una moda admisible en algunos casos pero inadecuada en muchos otros. Ojo: hay razones poderosas para defenderla. Y no son históricas, en contra de lo que dicen los musicópatas. Las razones históricas son grotescamente impertinentes cuando hablamos del gran oratorio bachiano. Como diría Marchena, “no interesan a este tribunal”, entendiendo por tribunal la humanidad. (Afortunadamente Marchena no preside la humanidad). Si Bach hubiera conocido el piano moderno le habría parecido una estupidez ridícula tocar sus obras para teclado solo con un clave. (Otra cosa es el continuo, en el que el clave aporta un color único). Las razones que avalan una Pasión sin coro son, si se me perdona la imperdonable pomposidad, filosófico-conceptuales. Pudimos comprobarlo el pasado miércoles con la portentosa interpretación de Paul McCreesh y los Gabrieli Consort & Players en el Palau de la Música. Ocho cantantes heroicos asumieron con clase y valentía todos los solos, coros y corales que se suceden en el gran monumento bachiano en unas condiciones de riesgo extremo, en las que se oía todo y a todos. Sufrieron lo indecible porque el reto requiere un esfuerzo inhumano. Bach valoraba sobremanera el esfuerzo. Pensaba, como su amigo Baudelaire -no tengo la más mínima duda de que son amigos-, que le mal se fait sans effort, naturellement, par fatalité; le bien est toujours le produït d’un art. El esfuerzo tiene en la escritura bachiana una función expresiva. Su Chacona para violín solo, el monólogo de una persona agonizante que recuerda por dramatismo y eficacia narrativa el to be or not to be shakespeariano, comporta una dificultad dolorosa para el violinista, que debe afrontar con un instrumento monódico una página polifónica. No hay como sentir dolor para expresarlo. La Pasión es una Chacona que dura 3 horas en lugar de 15 minutos. Sus grandes protagonistas no son el evangelista, ni Jesús, ni Pedro; son los maravillosos oboes da caccia que tienen un papel decisivo en momentos claves del drama. Estuvieron fantásticos Timothée Oudinot y Vincent Blanchard, aterciopelados y flexibles en los solitarios pasajes en los que se les confiere intervalos extraños y notas salvajemente inestables. La clave es el effort que Bach concibe como parte de la música y luego, en clamoroso contraste, los compases melódicos de gran facilidad e inefable belleza, con notas diatónicas sin ningún accidente, que regala a los mismos oboes da caccia, como aviones relucientes que emergen de las nubes y pasan a ser bañados por la pura luz del sol. Pero la Pasión no es solo effort. Los momentos de dolor alternan con los de consuelo en unos coros y corales que deben ser sustanciosos, graníticos, serenos y a la vez rocosos, capaces de legar una paz intensa. Eso no pueden aportarlo ocho solistas por muy toreros que sean. Por eso la Pasión sin coro es -creo- un error. Sustituir el coro infantil por un órgano positivo pareció una broma, y no tuvo ninguna gracia. Se echó en falta una grandiosidad que es inherente a la obra y al barroco, cosa que salta a la vista con solo entrar en una iglesia dieciochesca. Por lo demás, McCreesh dirigió a unos cantantes impresionantes, dotados de instrumentos delgados, ágiles y cristalinos, idóneos para este repertorio. Jamás recordaron las voces esqueléticas, de infantil inexpresividad, tan comunes entre las historicistas, ya que estuvieron muy bellamente timbradas y poseyeron en sí mismas una gran capacidad emotiva. Muchas cosas se dijeron demasiado rápidas y algunas demasiado lentas, en ambos casos por un tempo inadecuado para expresar los abismos del corazón. No es un defecto menor porque en eso consiste precisamente la Pasión, pero los ocho solistas (lástima que el bajo James Newby no se encontró con la cuerda) y el apasionado McCreesh (se movió y bailó por toda la orquesta luciendo un traje negro tipo botones de hotel en el que se veían los puños de una camisa dorada y satinada: ¡estos británicos son incorregibles!) lo compensaron con un montón de momentos espléndidos y firmaron una conmovedora, deslumbrante, inolvidable equivocación.

tracking