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El cielo de Beethoven

El cielo de BeethovenPERE FRANCESCH/ACN

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BEETHOVEN. SINFONÍAS 6 Y 7.

Director: John Eliot Gardiner.

Auditorio: Palau de la Música Catalana. Barcelona.

Fecha: 13-2-2020.

★★★★★
Gardiner te ofrece un Beethoven rabioso. Salvaje. Furioso. Su radicalidad generó dudas el jueves en el Palau en el inicio de la Sexta Sinfonía. Echabas en falta sustancia en las maderas. Los instrumentos históricos sostienen malamente el sonido, y eso limita el fraseo. Las dudas desaparecieron en el movimiento de la tormenta, con un atrevimiento insólito en percusión y metales. Lo que vimos a partir de aquí es difícil de creer. La versión de la Séptima Sinfonía ya forma parte de la historia de la música. Sobre todo a partir de la estrambótica coda del primer movimiento, construida con un ostinato de violonchelos y contrabajos que le hizo decir a Carl Maria von Weber que Beethoven estaba listo para ingresar en un manicomio -y él lo estaba para visitar al otorrino-. El segundo movimiento dejó claro que nos equivocábamos con las maderas (inolvidabes fagots y clarinetes; no tanto flautas y oboes). Beethoven finaliza este movimiento de forma repentina, como si se cansara de estar en el cielo y dijera: “ahora me voy al infierno”. El final fue feroz. La orquesta de Gardiner es pequeña (12 primeros violines y 10 segundos), pero saca un volumen brutal. ¿Por qué? Por una primorosa dirección. Una orquesta pequeña que hace tutti afinados y ataca como un bloque los forte subito y los piano subito proyecta más sonido que una de grande que no lo haga. Con estas armas construyó una lección de histrionismo bajo control. Como sesiones histéricas del parlamento de Westminster traducidas en una sinfonía. Una fiesta satánica. Una hipérbole estrafalaria. Una orgía de Baco que nos emborrachó de euforia y nos hizo salir del Palau con ganas de liberar la Polonia invadida por Woody Allen tras escuchar a Wagner.

Esta locura solo es posible porque Gardiner no tiene nada que perder. Si lo hiciera un joven lo matarían, pero a este viejo sabio no se le puede ir a ver con la escopeta cargada. Lo escuchamos, lo ovacionamos y nos llevamos a casa un secreto que jamás explicaremos porque nadie nos creería.

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