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Un momento del concierto del pasado domingo en el Auditorio.

Un momento del concierto del pasado domingo en el Auditorio.GERARD HOYAS

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CLÁSICA

Intérpretes: OJC. Giulio Marazia, director

Compositores: Beethoven, Rossini y Clementi.

Lugar y fecha: Auditorio de Lleida, 28 de noviembre.

★★★★
Hasta la Quinta de Beethoven, las sinfonías eran básicamente melodías acompañadas. La cuerda cantaba y el viento coloreaba. Con la Quinta, la orquesta pasa a ser un solo instrumento. Los fagots doblan a los violonchelos, las flautas a los violines, todo el mundo trabaja. Trabajó muy bien el pasado domingo el director italiano Giulio Marazia con la OJC. Hizo un Beethoven fiel a la partitura acaso en exceso, sobre todo en el allegro inicial.

No se permitió ni un ritardando que no estuviera escrito, pero todo lo escrito lo llevó el límite. La partitura es a la música lo que un mapa a un paisaje; solo un mapa. La música es el paisaje. Esto es así, pero Marazia convirtió la partitura en paisaje. Los pianísimos salían de niente y los fortísimos eran explosiones de artillería. Disfrutó Marazia de la acústica única del Auditorio leridano, que soporta cualquier dinámica.

El algo rutinario allegro inicial derivó en un andante de una belleza inolvidable, con la orquesta colocada como si estuviera en el foso operístico, con los violonchelos situados frente al director para dar preponderancia al canto. El éxtasis llegó donde tenía que llegar. Todas las grandes obras, las que nos conforman como especie, desembocan en un cataclismo ontológico en el que los temas pasan a ser magníficamente otra cosa.

Ocurre eso en la Madre de Todas las Transiciones, cuando el scherzo da paso al glorioso himno final. Ahí Beethoven transforma la orquesta clásica (madera doblada, dos trompetas, dos trompas y cuerda) en algo asombroso, con la incorporación de tres trombones, un pícolo que se oye milagrosamente nítido y un contrafagot (toda una rareza en el repertorio prerromántico) que aporta un grueso único a la cuerda. El concierto comenzó con un Rossini a toda pastilla, siguió con un desconocido –y bello– Clementi y acabó con un Beethoven grandioso que nos llenó de una euforia rayana en la locura. Como diría Paco de Lucía, para qué drogarse si existe esta música.

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