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Cataluña: semana incierta y esperanza de diálogo

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Una ola de tristeza y profunda preocupación recorre toda España por lo que sucede en Cataluña. Hay quien teoriza que cada medio siglo somos capaces de arruinar lo anterior, si es medianamente positivo. A pocos días de que Puigdemont pueda declarar la independencia unilateral de Cataluña –aunque no lleve a ninguna parte más que a su detención, que parece anhelar– estamos a solo 119 años de la pérdida de Cuba, Filipinas y Puerto Rico, que ensombreció el primer cuarto del siglo XX español; un siglo con República, dictablanda, dos dictaduras y una guerra civil.

Y cuando por fin logramos encadenar cuarenta años de democracia y se está superando la peor crisis económica, llega el desafío independentista y la incertidumbre, por un cúmulo de despropósitos.

La fractura catalana es muy profunda, desgarradora, pero la española también se deja sentir. Hay entidades profesionales divididas que no emiten una declaración ante lo que está sucediendo porque entienden que apoyar al Gobierno en estas circunstancias es inmerecido por haber dejado pudrir la cosas.

Fernando Onega escribe que, después de la semana de alto riesgo que nos queda hasta el referéndum, que no se celebrará pero cuya suspensión saldrá carísima en votos anticonstitucionales, quizás la solución sea prescindir al mismo tiempo de Puigdemont y de Rajoy “para restablecer la confianza y hacer un hueco a la lealtad”.

Cabe reconocer que no han pasado más cosas, que aún pueden pasar, por dos factores sumados: el llamamiento repetido a que la protesta sea pacífica por parte de algunos dirigentes independentistas, como Oriol Junqueras; y por la admirable profesionalidad y serenidad de la Guardia Civil, que resistió impasible las provocaciones de los agitadores de la CUP y hasta la del payaso de la televisión pública TV3 –eso de periodismo nada tiene– subido en un coche de los agentes en una fiesta retransmitida sin una palabra de mesura.

La única ventaja de las crisis es que retratan todo y a todo el mundo, sin maquillaje. Comprobamos ahora que fue un error descomunal desatender la advertencia del President José Montilla, fustigado por denunciar la “desafección creciente en Cataluña” tras la suspensión del nuevo Estatuto a instancias del Partido Popular; deberán reconocer los juristas que nos gobiernan que no basta con decretos, fiscales y jueces, aunque sean fundamentales para que prevalezca el imperio de la ley, porque la política es imprescindible; ya saben los catalanes, por más que otros hechos lo taparan, que en el Parlament se atropelló la democracia, a pesar de las advertencias de sus propios juristas; comprobamos todos que, a la hora de movilizar ciudadanos, vale hasta con suspender las clases en los institutos; descorazona saber que las dos principales autoridades catalanes –Puigdemont y Forcadell– son, por encima de cualquier otra consideración, agitadores incansables sin atisbo de responsabilidad; vemos como Pablo Iglesias habla de “presos políticos” en España cuando nunca ha reconocido que existen en Venezuela; abundan los políticos, empresarios y periodistas que se ponen de perfil para que no los apunten en las listas de “desafectos”. Y así sucesivamente.

Si superamos esta semana y el día de autos sin incidentes graves, quedará abierta la puerta para el diálogo previo a una negociación. Hay que encontrar una salida, aunque solución del todo no exista. El movimiento independentista no será nunca inferior a la cuarta parte de la población pero ahora está en el doble, sin contar con la cosecha de esta crisis. Entre imágenes de la calle que estremecen, hay diputados nacionalistas que piden a los promotores de la Comisión de Negociación que aprobó el Congreso que aceleren, según confirma Margarita Robles, portavoz socialista. El espectáculo de las manifestaciones y las acampadas que difunde la prensa internacional pueden dañar la confianza inversora. Cataluña antes era un oasis y ahora incertidumbre. Prudencia y diálogo.

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