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CRÓNICA POLÍTICA

Una tormenta de insultos amenaza España

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El pronóstico meteorológico-político inquieta. Un frente electoral, presumiblemente populista, entrará por el Atlántico, procedente de Estados Unidos y Brasil, mientras las primeras tormentas traen insultos de gran intensidad. Una serie de conferencias concentradas en la última semana en Cádiz, Arcos de la Frontera, Valencia, Murcia y Madrid nos ha permitido pulsar directamente la preocupación de la ciudadanía, por no decir el hastío ante la proliferación de palabras gruesas.

“Apagué la tele por los insultos a Sánchez en el Senado; y que conste que no soy socialista”, decía una joven. “¡Si hasta el Presidente del Senado les recriminó su actitud y la mayoría absoluta es de su partido!”, apostillaba otro. Ignoramos si hay alguna encuesta interna sobre cómo recibe el electorado popular la exhibición de insultos de sus líderes hacia el Presidente del Gobierno, pero se antoja imposible que pueda existir una aprobación, porque la calle, testada en diversos puntos del país, es abiertamente crítica. “No hay más propuesta que la de aplicar el 155 de la Constitución en Cataluña, de forma permanente y más dura, si llegan al poder”, apunta otra persona en un diálogo. “Así solo se garantizará la independencia de Cataluña en pocos años”, se remata en la conversación.

Quizás estemos en el peor momento de la precampaña. La convocatoria de elecciones ha sorprendido incluso a los que las reclamaban; por no decir al PSOE, en el que son perceptibles sus dos almas. El PP tiene aún tarea interna, porque Pablo Casado no lleva ni un año al mando. Unidos Podemos exhibe fracturas que auguran lo peor. Ciudadanos pegó un bandazo vetando cualquier pacto posterior con los socialistas y, aún así, Casado no se da por satisfecho. Vox cada vez que habla inquieta más: la exigencia de conocer la identidad de los que en Andalucía evalúan medidas y aplican sanciones sobre la violencia de género, ha encendido las alarmas. Y los nacionalistas están sin norte. Un exconseller de la Generalitat, Andreu Mas-Colell, econometrista reconocido en Harvard, se preguntaba esta semana “para qué sirve votar independentista si después, a la hora de la verdad, no hacen política”. El discurso separatista está encallado en la exigencia de autodeterminación, sin más. Se pueda o no; exista el derecho o no. Es como hablar con una pared, sensación que, por cierto, también tienen ellos de los que enfrente quieren dialogar. Y aparte quedan los que quieren aniquilar al adversario; en ambos bandos.

Bloqueada la situación, los partidos invierten estas semanas en la búsqueda de candidatos de impacto para sus listas. Hay tantas elecciones y tantos puestos a cubrir, que la tarea es inmensa. El PP de Cantabria se inventó la sorpresa de la atleta Ruth Beitia para la Comunidad y mayor fue el chasco de que dimitiera en pocos días. Pedro Sánchez designó, literalmente, a Pepu Hernández para la alcaldía de Madrid y el martirio mediático que siguió, a buen seguro disuadió a otros independientes, en todos los partidos, de someterse a la trituradora fiscal y tertuliana.

El sorpresón ha llegado este fin de semana con el anuncio de que Inés Arrimadas desembarca en la política nacional. Albert Rivera pone todos sus recursos en juego. La batalla es a muerte entre los dos bloques, derecha-izquierda, y dentro de la derecha por ser el primero. Inés ganó las elecciones en Cataluña de diciembre de 2017 y ha sido clave en Andalucía para el buen resultado de Ciudadanos, como “candidata interpuesta”. Está personalmente harta del acoso en la calle y en su vida personal por el independentismo intransigente. Y si no bastara, se mete ella en el lío de ir a Waterloo, lo que quizás agradezca Puigdemont, más débil que nunca.

El populismo crece y los partidos tradicionales ayudaron a ello porque, como señala Francisco García Pascual, vicerector de Lleida, “se ocuparon de inmigrantes, mujeres y homosexuales, lo que era necesario, pero gran parte de la población se sintió desatendida”. A ver si va a ser eso.

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