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Buen discurso de Sánchez para abrir puertas

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La investidura avanzaba a trompicones, con sorpresas inesperadas, como que el presidente cántabro Revilla se descolgó a última hora de un posible acuerdo. Entonces estalló una mina plantada por el Partido Popular y activada por la Junta Electoral Central: la inhabilitación de Torra. Esa decisión partió la Junta en dos (siete contra seis) y se adelantaba en fechas a lo previsto para llegar puntual al incendio institucional de Cataluña a solo horas del Pleno, con la esperanza de pararlo. Cuanto peor, mejor: derecha y exconvergentes de Puigdemont son maestros en tácticas de bloqueo. El diputado Gabriel Rufián, ahora en versión analítica y moderada, interpretaba los hechos como “un enfrentamiento del Estado contra el Gobierno. Un Estado activado por una derecha que se cree que todo lo pertenece”.

En pocas horas Torra llamó de urgencia a su gobierno, se convocó un pleno extraordinario del Parlament, como única autoridad que reconoce, Esquerra reunió a su Comité Ejecutivo y el propio Torra se dió el gustazo de ordenar que la bandera española se arriara del palacio de la Generalitat. Nunca había sucedido esta provocación. En el concurso de gestos para pasar a la historia del independentismo, esto puntúa: la desobediencia como doctrina máxima.

La tormenta era casi perfecta: resortes del Estado activados para poner palos en la rueda, independentistas echados al monte, los tertulianos de la derechona excitados y la máxima autoridad de la Iglesia Católica declarando que “es hora de rezar por España”. Con ese cuadro escénico, ante el discurso de Sánchez, la expectación era máxima. El candidato a Presidente empleó el sábado un tono que nada tenía que ver con el que fracasó en su investidura en julio. Le afearon sus opositores que por seguir en el cargo tanto le da cambiar el discurso y abrazarse ahora con Pablo Iglesias, que, según sus declaraciones, no le permitiría dormir si lo tuviera en el Gobierno. Las hemerotecas no perdonan. Cierto. Pero la disyuntiva era una investidura asentada en una multiplicidad de fuerzas políticas y sociales –incluyendo a Teruel Existe, que siempre defendió su apoyo a la gobernabilidad de España– o las terceras elecciones con las que soñaba Vox.

Tras los comicios de abril, España perdió su mejor oportunidad para asentar un gobierno de centroizquierda, pero el hombre que tanto había luchado por tener la llave del Gobierno, Albert Rivera, cuando la tuvo con 57 diputados, decidió tirarla al mar. Llegó otra elección en noviembre y se le ahogaron en las urnas 47 actas. Un drama. La superviviente, Inés Arrimadas, duda si reconstruir el sueño iniciado por el fundador de Ciudadanos o dejarse llevar por la corriente hacia la zozobra final.

El discurso de Sánchez el sábado sorprendió incluso a los suyos. Tono de diálogo, mano tendida incluso a los que sabía que lo tratarían de reventar después, claro contenido social, antifranquismo sin matices y un proyecto: la tercera modernización de España. La primera nos igualó en libertades con Europa; la segunda proyectó las libertades individuales y la tercera debe reparar los dolorosos desperfectos, aún vigentes, de la gran crisis económica de hace diez años. El acuerdo es de una arquitectura y complejidad increíble y la oposición feroz. Pero sin un excelente discurso las puertas no se abren. Después veremos.

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