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CRÓNICA POLÍTICA

Solo nos faltaba ahora un lío con el Rey

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La capacidad de este país para meterse en líos históricos, que con frecuencia terminaron en drama, está más que probada. En el siglo XIX –que está muy cerca, tanto que en sus últimos años es cuando nacieron mis abuelos– tuvimos una guerra por invasión de los franceses, tres guerras civiles carlistas, la Primera República, varias Constituciones, un puñado de golpes de Estado y pronunciamientos militares, además de guerras breves en las colonias, con pérdida de todos los territorios en América y el archipiélago de Filipinas. En el siglo XX España soportó una guerra en el norte de África con cesión de medio Marruecos, la dictadura de Primo de Rivera, la dictablanda del general Berenguer, la Segunda República, el exilio del Rey Alfonso XIII, el golpe de Estado del general Franco seguido de una cruenta guerra civil de tres años y una dictadura de casi cuatro décadas. Por fin, en 1977, llegó la ansiada recuperación de la democracia, construida entre todos. Y al decir construida por todos, debe incluirse al rey Juan Carlos, a la oposición democrática (política y sindical) y a una sociedad civil que reclamaba libertades, modernización del país e integración en la Europa unida que se consolidaba de los Pirineos hacia arriba. Si don Juan Carlos hubiera seguido el camino diseñado por el antiguo régimen, sin arriesgarse a nombrar a sus agentes motores –Adolfo Suárez y Torcuato Fernández Miranda–, la democracia podría haberse alcanzado, sí, pero años más tarde. Y nuestra vida hubiera sido bastante peor por mucho más tiempo. Decir que “yo entonces no había nacido”, o “yo no voté la Constitución”, como alegan algunos dirigentes para cuestionar la jefatura del Estado, es una simple constatación administrativa de su edad, y una prueba de su estrechez mental para explicar la historia. Sobre todo, si quienes presentan ese razonamiento pueril ocupan puestos de alta responsabilidad política.

Aquel monarca que aceleró la llegada de la democracia y que más tarde abortó un confuso golpe de Estado en 1981 tuvo la grandeza de abdicar en su hijo sin perpetuarse en el poder, como la reina de Inglaterra; pero incurrió en la bajeza de mezclarse, al parecer, en algunas operaciones turbias de comisiones y de evasión de impuestos. Le ha costado la salida del país, al menos temporal, pero no la “huida”, como dice el vicepresidente segundo del Gobierno, Pablo Iglesias. El Tribunal Supremo rechazó medidas cautelares contra el Rey emérito porque no está imputado. Si un día eso llega, revisaremos lo declarado por unos y lo escrito por otros. Entretanto, más responsabilidad, por favor, y menos cortinas de humo sobre miserias propias. Solo nos faltaría ahora un conflicto con la forma político-jurídica del Estado democrático. Bastante tenemos con la crisis sanitaria que sigue acechando, con la crisis económica que ya golpea, con la imprescindible reinvención de España para reindustrializarse y para adelgazar su excesiva Administración, como para abrir un peligroso debate a destiempo sobre si monarquía o república. Muchos ciudadanos no deseamos que nos pregunten ahora sobre eso, aunque tengamos opinión formada. Necesitamos estabilidad para salir de este agujero. Se requieren políticos que busquen soluciones a los problemas, en vez de enredar; y menos desde los Gobiernos.

Va por Quim Torra también, claro.

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