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Cuenta el ingeniero Lluís Maria Vidal i Carreras, uno de los grandes pireneístas, que cuando en 1896 acometían la primera ascensión a la Pica d’Estats quedaron asombrados ante una “escopetada” de pastores franceses que defendían a tiros las 500 ovejas que tenían en el Prat de Sotlló de los osos que rondaban por la zona. Ha pasado más de un siglo pero seguimos igual, aunque los ganaderos y cazadores franceses se han mostrado más contundentes que los de este lado porque al menos dos osas, Melba y Canelle, han caído víctimas de sus disparos desde que arrancó la repoblación. Pero la gran diferencia es que en el siglo XIX estábamos en un conflicto que podríamos considerar “natural”, mientras que el de ahora es claramente político, desde el momento en que hay una decisión en 1996 de las autoridades comunitarias, refrendadas por las estatales y autonómicas, para repoblar el oso en el Pirineo al considerarse extinguido. La iniciativa, generosamente dotada por la UE, contó con el apoyo entusiasta de los ecologistas y de las autoridades estatales y autonómicas deslumbradas ante la lluvia de millones y los cantos de sirena de inversiones para promocionar escuelas de naturaleza, centros de interpretación y un nuevo turismo en torno al oso que a este lado de la frontera sigue sin aparecer. Desde el primer momento hubo un importante rechazo de ganaderos, cazadores, empresarios turísticos y algunos alcaldes de la zona que se quejaban de no haber sido consultados y advertían del peligro de supervivencia de sus respectivos sectores. En Francia hubo reacciones airadas y dos eurodiputados ecologistas fueron retenidos en el valle del Aspe, mientras se sucedían las manifestaciones que no frenaron la repoblación, aunque sí consiguieron inversiones e incluso las ayudas iniciales por el ganado perdido fueron hasta un 33 por ciento superiores a las que se pagaron en España. Aquí, incluso los biólogos del programa de la Generalitat admiten que no hubo debate previo, que las inversiones se destinaron al seguimiento de los animales y que las compensaciones fueron inferiores.

Ha habido falta de comunicación para que el territorio pudiera decir la suya, tal vez porque las comarcas afectadas que representan el 12 por ciento del territorio catalán solo suponen el 0,2 de su población, pero también razones sociológicas y económicas que explican la oposición al oso. El sociólogo altoaragonés José Ángel Bergua distingue entre el contrato natural y el territorial a la hora de posicionarse sobre la repoblación ursina en las comarcas pirenaicas. El primer contrato alude a la relación entre el hombre y los animales y entronca con corrientes filosóficas como el totemismo o el naturalismo y el animismo, según la consideración de si los animales tienen alma, alguna forma de intelecto y libre albedrío o bien si, como sostenía Descartes, son “como máquinas que responden a estímulos físicos”. Siguiendo a los primeros se defiende al oso por “su carácter tímido” o porque su conservación “puede ser índice del grado de civilización de una sociedad”, como se dice en el Manifiesto en defensa del oso, mientras que los segundos, que separan la humanidad de la animalidad, dividen entre amigos y enemigos, entre animales domésticos y “bestias”, y el oso, como el lobo, tanto en las leyendas tradicionales como en la consideración popular siempre ha figurado en la segunda categoría. Por lo que respecta al contrato territorial estamos ante la resistencia de zonas rurales y alejadas ante unas decisiones que llegan desde la metrópoli, sin haber contado con los valles, que desde la Edad Media (Passerie de Cominges) tienen tejidas sus propias alianzas bien para defenderse del bandidaje, de las guerras de religión o del mismo papel intervencionista de la nación o del Estado, que significativamente siempre se crean desde las ciudades.

Por último, hay una consideración económica en la oposición pirenaica a la repoblación del oso y es que una de las partes considera imposible la convivencia de la ganadería extensiva y la presencia de estos animales. Y no solo por el número de animales muertos, aunque el impacto en los últimos veranos ha ido in crescendo gracias a Goiat y Cachou, sino por el incremento de costes que representa para un sector con rentabilidades muy ajustadas. Todas las medidas recomendadas por la Generalitat: cercados, agrupación de rebaños, más pastores y mastines…, suponen un incremento de costes frente al modelo tradicional. Si a esto añaden los ganaderos las complicaciones de tener que pasar noches vigilando o las pérdidas por las víctimas del oso no siempre compensadas se pueden entender sus reticencias. Y conviene recordar que el retroceso de la ganadería, de la que evidentemente no se puede culpar al oso, es uno de los factores claves del deterioro medioambiental del Pirineo, tanto por lo que respecta a su despoblación como a la deforestación y proliferación de plagas o nuevas especies. De momento, parece una convivencia imposible y no será fácil que se arregle en los próximos años el conflicto que arrastramos durante siglos

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