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Allá por el siglo pasado (1970) tuvo cierto éxito una película de Arthur Penn titulada Little big man que nos contaba la historia de un indígena norteamericano (creo que de los indios sioux) que aun siendo más bien pequeñito (el estupendo Dustin Hoffman) era, ya cercano a su vejez, un gran tipo, un “pequeño gran hombre”.

El festival de Lleida de cine latinoamericano que empezó su andadura a mitad de los años 90 del pasado siglo siempre me ha recordado ese título y esa condición de ser un pequeño gran representante del mundillo cinematográfico.

Con mi primera aparición por el festival (en su segunda o tercera edición) se inició una buena amistad, amistad que continúa con su director, y estoy casi seguro de no haber faltado a prácticamente ninguna edición.

Durante estos años siempre me ha parecido un festival que supo empezar fuerte y claro con una buena selección del cine que se producía en las emergentes cinematografías latinoamericanas (hoy en día con creatividad e importancia ya asentadas), con presencia de numerosas e importantes figuras, autores y autoras, directores y directoras, actores y actrices, intelectuales, escritores y escritoras y personalidades de la cultura de aquellos países. Y no solo destacaba la buena selección de películas e invitados, sino la habilidad de su director y su corto equipo para darse a conocer por Latinoamérica en su conjunto y estar presentes en los festivales y encuentros cinematográficos de por allá. No solo estar presentes sino crear relaciones y amistades largas y fructíferas.

Además la ciudad de Lleida es tranquila y agradable, con buenos restaurantes y buena cocina ilerdense y catalana y con una población acostumbrada y receptiva a las diversas razas, procedencias y emigraciones y especialmente una muy amplia y activa comunidad latinoamericana muy implicada en el festival.

Hay que recordar que la cultura en general y los festivales y eventos de cine en particular necesitan de unos niveles presupuestarios adecuados y aunque el festival de Lleida pronto supo adecuar un habilidoso y no muy alto presupuesto a unas buenas posibilidades de crecimiento del certamen los primeros años del siglo XXI ya empezaron a presagiar unas alarmantes y continuadas rebajas que dificultan mucho el mantener las buenas e importantes presencias de películas e invitados que son los elementos que dan vida a un festival.

No puedo negar mi simpatía y cariño por este certamen, por su director y por la ciudad pero, aparte mi particular visión favorable, su importante y revalorizada temática latinoamericana y la necesidad de huir de los festivales de cine “supergigantes”, como Cannes, que se acaban convirtiendo en empresas todopoderosas y hasta peligrosas como Amazon o Google le dan importancia a su permanencia.

Deseo continuidad al modelo de Lleida y a su temática, a pequeños y no mastodónticos festivales que ayudan a trasmitir e informar sobre la cultura cinematográfica nacional e internacional y deseo que la cultura y sus diversas manifestaciones tengan una adecuada financiación (no las escuálidas financiaciones actuales) por medio de leyes inteligentes y creativas de mecenazgo y fiscalidad y por el indispensable y fundamental apoyo de las entidades públicas.

Larga vida,siempre difícil pero imprescindible, a los “Little big”.

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