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La brecha en el 'espejo negro' del streaming

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M.M. NOVAU

Periodista i editor de ‘Sense espòilers’ a segre


Hace más de una década, concretamente en 2011, el escritor y productor británico Charlie Brooker estrenó una serie en Channel 4 —que en 2016 pasaría a manos de Netflix— dedicada a los horrores que podrían conllevar las innovaciones tecnológicas en la sociedad moderna. Desde entonces, a lo largo de cinco temporadas compuestas por 21 capítulos autoconclusivos en total, un programa especial —Blanca Navidad, en 2014— y una película interactiva —Bandersnatch, en 2018—, la saga antológica de ficción distópica bautizada como Black Mirror nos ha mostrado la cara más terrorífica de las redes sociales, las aplicaciones de citas o los dispositivos de control parental, entre otras invenciones. En una entrevista publicada el mismo año de su lanzamiento, en el diario The Guardian, Brooker explicó que “el espejo negro del título es el que encontrarás en cada pared, cada escritorio, cada palmada de cada mano: la fría y brillante pantalla de un televisor, un monitor, un smartphone”. Y para las generaciones más longevas, el uso de las plataformas de streaming no es una excepción dentro de esta pesadilla tecnológica contemporánea.

Aunque el origen del streaming se remonta a dos fechas muy señaladas, refiriéndonos concretamente al extracto de 20 minutos del concierto de los Rolling Stones en Dallas emitido el 18 de noviembre de 1994 por la cadena Showtime —gracias a la tecnología Multicast Bone, que inicialmente fue ideada en 1992 para la transmisión de conferencias académicas—, y a la aparición en 1995 de RealAudio 1.0 —formato pionero en las transmisiones de audio por internet en tiempo real—, el entretenimiento audiovisual online no llegaría hasta la aparición de YouTube en 2005, al que años más tarde se sumarían otros portales de pago como Filmin (2008), Rakuten TV (2010), Netflix (2015), HBO (2016) y Amazon Prime Video (2016), entre otros nacionales como Atresplayer (2013), Movistar Plus+ (2015) y Mitele Plus (2019). Para nativos digitales como los Millennials —o Generación Y—, que son aquellas personas nacidas entre 1981 y 1996, y sus sucesores, los Centennials —o Generación Z—, el uso de las tecnologías para acceder a este tipo de contenidos no supondría problema, puesto que habían crecido con ellas. Tampoco significaría demasiados quebraderos de cabeza para la Generación X, nacidos entre 1965 y 1980, ya que durante un extenso periodo en sus vidas han convivido con dispositivos digitales, tanto en el ámbito laboral como doméstico. Sin embargo, para las generaciones más longevas como son los Baby Boomers, nacidos entre 1946 y 1964, y la Generación Silenciosa, nacidos entre 1928 y 1945, enfrentarse a cualquier tipo de aparato digital para ver su serie favorita puede representar un reto de gran magnitud, debido fundamentalmente a su carencia de formación en el uso de tecnologías como los ordenadores, los móviles inteligentes o las tabletas. Y no es por cuestión de que no las necesiten.

Según datos de 2022 del Instituto Nacional de Estadística (INE), el 20,6% de los mayores de 74 años hacen un uso diario de internet —mayoritariamente utilizando WhatsApp, telefoneando, realizando videollamadas, leyendo la prensa digital y/o revistas de actualidad—, y un 7% ha efectuado alguna compra en el mercado online durante los últimos tres meses. A pesar de ello, según el Eurostat, solo el 6,5% de los mayores de 65 de años cuenta con las destrezas necesarias —aquello que llamamos alfabetización digital— para desenvolverse correctamente en el empleo de internet y la utilización de sus recursos.

Durante la pandemia de covid-19, sobre todo en los periodos de confinamiento, todos comprobamos la importancia que supuso para nuestra salud mental el poder acceder a producciones audiovisuales de entretenimiento. Prueba de ello fue el considerable aumento de suscripciones a plataformas de streaming durante aquella dramática etapa, en la que se incrementó su consumo en un 55% de usuarios desde 2020, llegando a mantener hasta día de hoy la suscripción en al menos tres portales diferentes de forma simultánea. No estamos hablando de un simple capricho, y la necesidad de ocio para nuestros mayores tampoco es una cuestión baladí. Como generaciones más jóvenes, es un imperativo moral el brindarles toda nuestra asistencia para facilitarles que puedan disfrutar de los contenidos en streaming sin problemas. En ocasiones, el espejo negro de las tecnologías no es tanto el uso de estas, sino la imposibilidad a su acceso. Para las generaciones más veteranas, la brecha en su particular “black mirror” significa no poder cubrir su tiempo con acciones tan sencillas para nosotros como puede ser sentarse en el sofá y ver una serie desde una tableta. No dejemos atrás a ninguno de nuestros mayores, tampoco en esta cuestión.

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