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La distancia como retal de la memoria

Es un libro donde el sentido común y la pulsión selvática del deseo, ese anhelo de otredad entendido en sentido amplio, más que al divorcio, aspiran a la junción

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LORENZO PLANA

Autorretrato a lo lejos

La Cruz del Sur, Pre-Textos, 2017

Del mismo modo que pasa con los buenos vinos, que mejoran con el tiempo en la barrica adquiriendo matices nuevos para deleite del paladar, tiznes de luz morada que determinan la densidad y la transparencia del fluido, eso especial y único que solo fragua el reloj de la reserva, así también los buenos libros, esos que dicen que no terminan de leerse nunca. Con este Autorretrato a lo lejos, Lorenzo Plana retomaba una trayectoria literaria que ha ido hilvanando, desde la publicación en 1991 de La historia de Silly Boy, seis libros de poemas hasta el momento. Y digo “retomaba” (en imperfecto y simple) porque teniendo en cuenta la presión que exige el ejercicio de la inmediatez, el aquí y ahora, que arrastra a las cosas en caída libre hacia la caducidad, se hace necesario recuperar de entre los estantes de la librería volúmenes de la casta de Autorretrato a lo lejos. Conviene contradecir el tópico: que la distancia no sea olvido, sino más bien retal de memoria rescatado del agujero negro del nunca más.

Y ahora que lo pienso, apelar a la distancia tiene un doble sentido en este caso ya que, si por un lado, Autorretrato a lo lejos rompía con un silencio editorial (que no creativo) de casi una década, como si la voz del poeta también hubiese sido llamada a recogimiento, por otro lado, es el sintagma preposicional “a lo lejos” del título el que marca el lugar desde donde esa voz se enuncia, se dice. Y es que Plana no da tregua a la proximidad en este libro imponiéndose el alejamiento como premisa para ofrecer al lector la semblanza de un yo poético, que hace suyos los versos de W. B. Yeats, “desde dentro/ desde la claridad”, como punto de mira sobre el que vaciar el cargador. Y lo mejor del caso es que no se establece ningún tipo de contradicción entre ese distanciamiento y el “desde dentro” de la cita, no hay desavenencia entre la claridad y la lejanía desde la que se evoca el tiempo viejo, todo converge en la causalidad de los versos; “Porque ella murió/ soy un obseso de la claridad”. Por eso, el poeta puede decir desde la lucidez “Hoy junto la leyenda con la crueldad de aquel pasado”, porque es en la conciliación, en la asunción no conflictiva de la disparidad entre lo real y la mitificación del recuerdo, donde se fragua un cálido y resignado apretón de manos entre el ayer y el hoy. Y solo entonces es posible expresar con cierta cautela “Ojalá hubiese otra juventud.”

El de Plana es un libro donde el sentido común y la pulsión selvática del deseo, ese anhelo de otredad entendido en sentido amplio, más que al divorcio, aspiran a la junción. Y se da en su verso, a veces crudo, a veces arrebatado, un encaje capaz de ir anclando las piezas de una realidad que más que al desdoblamiento tiende a voltear sobre un mismo eje. Pero un eje que es percibido a través del armazón protector de la lejanía. Un acercamiento que es fruto del hecho de haber sabido poner tierra de por medio y del haber sido capaz de contraponer al divino tesoro de la niñez y la juventud el distópico sentir que cualquier antes no fue necesariamente feliz ni mejor.

“¿Por qué duele el pasado?”, inquiere la voz que respira en los versos de este autorretrato. Y, a modo de eco, parece responderse a sí misma como plausible posibilidad: “Tal vez venimos del abismo y había nieve en lo hondo”. Tal vez.

Aunque quizá, y solo quizá, sea otra la pregunta: “¿Qué nos impide ser de otra manera/ si sabemos que duele?” O dicho de otra forma, ¿qué o quién conjura el miedo, la culpa, la desazón de la diferencia o el sinsentido de la oquedad? y, aún, ¿con qué armas defenderse ante la humillación de la derrota, ante la inquina de la rabia o el dolor de la pérdida? Y tal vez entonces, definitivamente, solo valga la serenidad que se impone en el espléndido final del poema «Valoraciones», una serenidad que no tiene nada de resignación sino que más bien se reivindica como épica aceptación de lo vivido: “Muchos años después consiguió ser feliz. / Y protegió su mundo”.

Entonces y ahí, uno toma conciencia de lo que cuesta salvar algo, defenderse ante el desahucio del naufragio “tal vez, sin darte cuenta”, cuando “la inmediatez de tu dolor/ consigue que tú avances a lo lejos. / A lo lejos, allí donde no importe lo que te pase hoy”.

Allí donde todavía es posible desear: Que vuelva un secreta adolescencia y en una espina negra exista luz azul.

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