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La publicación de los Sonetos a Orfeo es uno de los momentos capitales en la poesía del siglo XX. Esta edición comentada hace hincapié con energía en las principales posibles interpretaciones a estos versos de Rainer Maria Rilke. Escritos entre 1922 y 1923 en una fase de especial inspiración, su idea fundamental es la de la metamorfosis, ese intersticio en que la vida y la muerte se mezclan. Se trata de una celebración que ilumina una unidad de los contrarios, una perspectiva del sentido oculto del paso al más allá. Como diría Paul Valéry: “El monólogo infinito de una conciencia asilada, a la que nada distrae de sí misma y del sentido de ser única en el mundo.” Pero esta voluntad de privilegio supone una magistral y asombrosa construcción arquitectónica. Estos sonetos nos parecen desgarbados e inmensamente armoniosos al mismo tiempo. El corazón inspirador del libro viene a ser la inmediatez del abismo, muy próxima la Primera Guerra Mundial, y devastado el poeta Rilke por la muerte en 1919 de la bailarina Wera Ouckama Knoop, alrededor de la cual gira la obra. Rainer Maria Rilke encontró aquí la ocasión que tanto había buscado de ofrecer una composición a Orfeo, explayando su personal filosofía respecto al valor intrínseco a la música. El resultado es pasmoso. Si todo surge de lo que es “una partida perdida”, la reacción del poeta es ejemplar. Un empedrado que a la vez es una pista de patinaje. Destaca la capacidad de giro inusitado. Figurativa por momentos, con rasgos expresionistas e incluso cubistas, esta obra va más allá de una definición más o menos acertada. Siendo un viaje a la muerte, contribuyen el misterio y la música a un aire conjuntamente onírico y conceptual. Rilke fuerza hasta el límite la dignidad del creador. La potencialidad múltiple, la sinestesia, la polifónica luz crean un conjunto entre críptico y revelador, pero en equilibrio absoluto. Las notas de esta edición son admirablemente aclaratorias, aunque en ocasiones excesivamente intelectualistas. El lector se prestaría a interpretaciones más literales, más intuitivas. Esta gran sinfonía de matices, regates y contrastes deriva hacia un mensaje de solaz. Señala cierto texto de aproximación al Budismo: “La belleza única de la civilización tibetana proviene en gran medida de su vívida comprensión de la inmediatez de la muerte y de la libertad que conlleva esa comprensión.” Rainer Maria Rilke es asimismo una suerte de civilización por sí solo. A parte de la multitud de poetas a quienes ha influido hondamente, él entraña también la inmensa libertad creciente de todo auténtico gran vate. Dice el final del último soneto de este libro: “Y si lo terrestre te ha olvidado,/ di a la tierra callada: yo fluyo/ y al agua veloz, dile: yo soy.” Ese ser tan significativo para Rilke y la filosofía alemana. Y, también, el latigazo inmediato de sus logros veloces y vitalistas, como éste: “Si el beber resulta amargo, pues hazte vino.” ?

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