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Yolanda Castaño (Santiago de Compostela, 1977) ha reunido sus mejores poemas en este libro editado con exquisito cuidado en la nueva colección de poesía de Milenio. Traducida a más de veinticinco lenguas, ha recibido premios como El Ojo Crítico de RNE por Profundidad de campo (2009) o el Premio Nacional de la Crítica por Vivimos no ciclo das Erofanías (1998), y es también traductora, editora y activista cultural. En esta ocasión, tiene el honor de ser prologada por el gran poeta polaco Adam Zagajewski. “Los poemas de Yolanda son como champagne, no como el vodka u otros letales alcoholes llegados de países cenicientos.” “Esto no es un tratado, no es un manual escolar, ni un artículo erudito… Va sobre saltar y dar brincos. Sobre cantar en el Fin de la Tierra, con buen y mal tiempo.” Estas palabras, a nuestro parecer, sintetizan a la perfección lo que representa la poesía de Yolanda Castaño. Mezcla de subyugante encanto e incomodidad deliberada, sus versos van tras la aspereza de continuas vueltas de tuerca. Podríamos sugerir incluso cierto anti-lirismo que convive con un espectacular dominio de las torsiones del lenguaje, emanando así una especial frescura.

Sí, reivindican los poemas de Yolanda Castaño ese champagne que, hechizándonos, nos despierta y conecta con un peculiar juego. Ese juego, para ser verdadero, jamás olvida el temor a una posible resaca una vez terminada la fiesta. ¿La vida en sí está quebrada? La poeta confiesa: “Si supiese la clase de monstruo que sostengo entre mis manos / callaría.” Por eso el conjunto de estos poemas debe desatarse de algún modo, liberarse en esos saltos idiosincráticos de la creadora. Es una batalla dúctil, aguerrida y alegre, como parece sostener Adam Zagajewski. En esto se encuentra emparentada con otro poeta de su generación, el granadino Juan Andrés García Román. Ambos elevan a sagrado el trato con unas palabras juguetonas que siguen la pista al misterio de la locuacidad, de lo personal, dejando un retrato marcado por la autenticidad. Insistimos: ¿la vida en sí está quebrada? Yolanda Castaño escribe: “El mundo es un hotel sin mostrador de recepción. / El don de la elocuencia no es un bien comunitario.” Se trata del más exigente de los juegos: “Solo la verdad os hará / esclavos.” Increpando al mundo y buscando una salida, la poeta pretende “ensuciar” al lector. Pero no, no se trata de un callejón sin salida, de una densidad mórbida a lo Sylvia Plath, pues Yolanda Castaño establece un equilibrio entre la dignidad y los malos augurios. “Por eso quítale a la garganta por fin el nudo inoportuno, / tira arráncale a la hebra la tapa a ver si sangra…” Es entonces cuando agradecemos la maleabilidad de su prosodia, la valentía de sus imágenes y metáforas. Esta poeta quiere convencernos de la omnipotencia de la seducción. ¿Hay que pagar un precio? Lo que está claro es que, a pesar de que antes del final solo existe el nervio de esa seducción, una realidad extraña sale por la tangente. De ahí que leer todos estos poemas, en cierto sentido, requiera nuestro esfuerzo, nuestra implicación. El juego entra en una metamorfosis. La de una embriaguez que acaso es más real que la propia realidad. Menos mal del lenguaje, que nos redime, que nos permite el milagro de mantener los pies sobre el suelo.

Editorial Milenio

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