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Dicen los que le conocieron que, fuera de sus genialidades en el escenario, Gila era una persona amable pero no graciosa. Visto el documental sobre la vida del humorista Eugenio, ya ni hablamos, así que pretender hacer gracia fuera de tu ámbito puede que no sea lo mejor. Si Paco Roca en la vida real no es gracioso, como su alter ego hecho tira cómica en un diario y luego pasado a novela gráfica, lo que sí es indiscutible es que es un buen dibujante y que con Arrugas hizo alarde de ello con una historia sencilla pero humana y enternecedora sobre la tercera edad, tanto en papel como en cine. Ahora, esta adaptación de su obra Memorias de un hombre en pijama bien podía tener cualidades para agradar y convertir las vicisitudes de un cuarentón, sus manías y sus relaciones, en una historia divertida sobre un patoso que nos cuenta cómo le van las cosas profesionalmente y emocionalmente, en su día a día trabajando en su casa en pijama, con los amigos tratando de ligar en la noche barcelonesa o con su nueva pareja que lo ha de llevar desde la felicidad más absoluta a un mar de dudas. El trazo de Paco Roca es conocido, es limpio y, salvo momentos en que parece que hay desgana, tiene buena pinta. Lo que sucede es que el personaje que supuestamente lo encarna a él mismo es más desesperante que otra cosa, no posee empatía y sus amigos y los diálogos que se cruzan, mucho menos, llegando a lo rudimentario y eso lo sufre esta película porque no acompaña, incluso las voces, pese a la colaboración y al esfuerzo de Raúl Arévalo y María Castro, no fluyen. Al final, aunque el film no alcanza sus pretensiones, tampoco resulta un fiasco, pasas el rato y se deja ver sin esfuerzo.

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