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El Comité Federal del PSOE celebrado ayer podría calificarse de sainete si no fuera porque su desarrollo, que no fue más que la culminación de unas semanas de despropósitos, tiene tintes de tragedia por las repercusiones que tendrá en el propio partido y en el futuro de la política estatal. Fue un lamentable espectáculo ver lo que se cocía en el interior de Ferraz, con los actuales responsables del partido, militantes con cargo en asambleas territoriales y dirigentes autonómicos de prestigio y con responsabilidades de gobierno participando en una reunión que mostraba, gracias a los topos que enviaban información al exterior, el suicidio colectivo en el que estaban participando y alentando desde sus respectivas posiciones sin que nadie, al menos que trascendiera, intentara poner cordura y sentido común. Por lo visto ayer, el PSOE está fracturado en dos bandos ahora irreconciliables, que ponen en riesgo el futuro de la formación. Precisamente cuando más se necesitaba abrir un amplio diálogo para reconducir la desastrosa deriva en la que está inmerso el partido desde que en 2011 perdiera 4,3 millones de votos, es cuando más enconada es la lucha fratricida entre sus dirigentes. Y lo que es peor, con su conducta han decepcionado a los miles de ciudadanos que todavía les confían su voto con la esperanza de que los socialistas les resuelvan sus problemas y la secuencia de malos resultados, a cual peor, en cada convocatoria electoral puede ir a más.

Finalmente, después de más de diez horas, Pedro Sánchez dimitió, cumpliendo su palabra, después de perder en una votación a mano alzada su propuesta de primarias y un congreso extraordinario exprés, y Susana Díaz, la capitana del bando opositor al secretario general, se perfila como la nueva líder del partido. No obstante, el mal ya está hecho y a nivel de partido le será muy difícil reanimar un partido roto y buscar la unidad perdida después de las palabras altisonantes que se han dirigido y las posturas radicalmente opuestas que han defendido, y a nivel estatal la imagen de un partido fuertemente dividido y debilitado por las urnas entierra definitivamente cualquier intento de gobierno alternativo y la salida es facilitar la reelección de Mariano Rajoy como presidente absteniéndose. Al menos, nos habremos ahorrado unas nuevas elecciones.

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