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El Presidente Puigdemont planteó ayer en Madrid una propuesta concreta para negociar un referéndum pactado, en la que está dispuesto a hablar de la pregunta y la valoración de resultados, de la fecha, de los porcentajes necesarios, de la participación imprescindible y de los plazos y de todo lo que se considere para que pueda hacerse una consulta pactada y con todas las garantías para que los catalanes se pronuncien sobre su futuro. Desde una óptica independentista, algunos considerarán su propuesta como un marco superado ya por los acontecimientos y de hecho volvemos a alguna de las iniciativas planteadas por Artur Mas antes del 9-N. Pero ahora llega con más flexibilidad, con la voluntad de “sentarse en una mesa y no en el banquillo” y con reiteradas llamadas al diálogo que contrastan con el tono más beligerante de algunas declaraciones parlamentarias. Lamentablemente no había ningún representante del gobierno español en la conferencia de Puigdemont y mientras desde Podemos se apoyaba el derecho a celebrar una consulta, desde el PP volvían a contestar con la grandilocuencia habitual que no apoyarían ninguna iniciativa contra la unidad española, olvidando que una consulta ciudadana no presupone ningún ataque contra nada sino que es un ejercicio democrático, es la forma de reflejar la voluntad de un colectivo y conocer lo que piensa y lo que quiere para el futuro. Negarse a reconocer que en Catalunya hay amplios sectores que aspiran a la independencia y que más de la mitad de sus ciudadanos quieren que se convoque una consulta con garantías para que cada cual exprese su opinión no solo no resolverá la cuestión, sino que contribuirá a agravarla. Lo han hecho en Canadá o en el Reino Unido y en ninguno de los dos casos ha saltado el estado por los aires, mientras que aquí llevamos años con el problema enquistado, el país dividido y la política estancada por esta cuestión. El President Puigdemont ha planteado el tema de una forma civilizada, trasladando el sentir de una mayoría y arriesgándose a recibir críticas de los sectores más independentistas porque se ha mostrado dispuesto a negociarlo todo. Lo mínimo que cabe esperar del gobierno central es que escuche a quien ostenta la representatividad de Catalunya, valore su propuesta y se siente a negociar. Los mismos que criticaron el “no es no” en otra negociación no deberían aplicar ahora tal falta de argumentos a un tema crucial.

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