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La primera potencia del mundo elige hoy a su nuevo presidente y todo el mundo está pendiente de la decisión que tomen los estadounidenses que se hayan registrado, condición previa para ejercer el voto, y acudan hoy a las urnas para optar entre Hillary Clinton o Donald Trump. Una opción que antes de la designación de los candidatos demócrata y republicano parecía impensable, que hace unos meses estaba claramente decantada a favor de la primera mujer que puede ser presidenta y que horas antes del martes electoral se antoja llena de incertidumbre según la mayoría de encuestas, que solo daban una ligera ventaja a la demócrata y siempre supeditada a que se impusiera en estados clave del Este como Ohio, Carolina del Norte o Florida. Estamos ante unas elecciones insólitas en las que ninguno de los dos candidatos ilusiona, en que los dos son considerados el mal menor, en el que se votará por oposición al rival y en las que puede resultar decisiva la ya tradicionalmente alta abstención, de unos porque ninguno les convence y de otros porque en algunos estados hay quien considera que su voto no es imprescindible. Desde una óptica europea, no hay duda posible entre la mujer con amplia experiencia política que puede convertirse en la primera presidenta norteamericana de la historia y un empresario histriónico que ha arremetido contra los hispanos, los negros, las mujeres, que ni siquiera tiene el respaldo de su partido, que admite no haber pagado sus impuestos y que ha amplificado en Estados Unidos el modelo de populismo y “macho alfa” que ya triunfó en Italia con Berlusconi. Trump, además, ha hecho en campaña todo lo contrario de lo que aconsejan los expertos en marketing electoral, ha perdido los debates, ha amenazado con la cárcel a su adversaria y hasta ha llegado a insinuar que no aceptaría los resultados y sin embargo llega a la recta final con posibilidades. ¿Por qué? Probablemente porque refleja el alma blanca y más rancia de la sociedad estadounidense, temerosa de perder su hegemonía y que hace pagar a los demócratas los efectos de la crisis y que ha sabido explotar los vínculos de Clinton con el establishment y con Wall Street. Lo resumía gráficamente el directivo de una televisión norteamericana diciendo que “Trump puede ser un desastre para el país, pero es una bendición para las audiencias”. Dice lo que algunos sectores quieren escuchar y lo lamentable es que haya llegado hasta aquí.

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