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Advierten que con el triunfo de Trump, el populismo marcará tendencia, se convertirá en la nueva moda política y se extenderá por toda Europa con la amenaza de las citas electorales que se avecinan con el referéndum italiano y las elecciones en Francia, Austria o incluso Alemania. Y habrá que preguntarse qué entendemos por populismo, una acepción que no está registrada en los diccionarios académicos pero que lleva lustros utilizándose y aplicándose en todo tipo de situaciones, desde la Rusia prerevolucionaria o el independentismo norteamericano hasta golpismos en el continente sudamericano como el peronismo o el chavismo, que ha servido para explicar políticas como la de Lerroux, la de Kennedy, “populismo progresista”, o la de Reagan, “populismo conservador”. Aunque ha sido utilizado por unos y otros, cabe definir el término como la política que busca responder a las aspiraciones del pueblo, con un gran componente de crítica al poder establecido como culpable de los males presentes, recetas infalibles para solucionar los problemas vigentes y el reforzamiento del liderazgo individual. Cada caso y cada país tiene sus matices, pero en general los populistas dicen a la mayoría del electorado lo que quiere escuchar y aseguran tener las fórmulas para conseguirlo. Llegados a este punto habrá que preguntarse qué político que haya ganado unas elecciones no ha sido populista: desde el Suárez que anunció la democracia sin desmontar el franquismo al Alfonso Guerra que prometió dos millones de puestos de trabajo, un tema reincidente en todas las campañas sin el menor éxito, pasando por quienes anunciaron el final de la “casta” minutos antes de incorporarse a ella o los que han garantizado que con la independencia de Catalunya viviríamos mejor porque España dejaría de robarnos o el mismo Trump que multiplicará la inversión pública y la creación de empleo bajando los impuestos. Habrá que recordar al viejo profesor que tras ganar unas elecciones y convertirse en alcalde admitió que se hacen promesas electorales para no cumplirlas, pero queda el interrogante de saber qué político ha ganado unas elecciones sin recurrir al populismo, a las promesas de imposible cumplimiento o a garantizar soluciones que no tenía, porque quien ha reconocido las dificultades ha acabado perdiendo. Tal vez todos están haciendo populismo y tal vez esta sea una de las causas del desprestigio de la política.

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