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Tras la bofetada del Brexit, llega ahora la derrota del primer ministro italiano, que había encarado el referéndum como una cuestión personal y ha tenido que dimitir, y que coloca a la tercera economía de la Unión Europea en una situación de inestabilidad, porque buena parte de la heterogénea coalición que ha propiciado la derrota de Renzi también apuesta por la salida de Europa. Como mal menor, los europeístas respiran aliviados, porque al menos en Austria no ganó la ultraderecha y el nuevo presidente será el ecologista Alexander Van der Bellen, pero conviene no llamarse a engaño porque la presidencia austriaca es un cargo más representativo que ejecutivo y sobre todo porque el candidato de la extrema derecha consiguió un 46,7% de los votos, una cifra preocupante de cara a las elecciones generales en las que la fragmentación del voto europeísta o progresista puede favorecer a los ultranacionalistas. Algo parecido a lo que puede suceder en Francia donde, si Manuel Valls, que ayer anunció su candidatura, no lo remedia, tendrán que elegir entre la extrema derecha de Le Pen y la derecha dura de Fillon, o en Holanda, o Dinamarca, donde también las fuerzas populistas pueden llegar al gobierno con programas xenófobos y dispuestos a salir del euro y de la Unión Europea. Algo que también se debatirá en Italia tras la derrota de Renzi, porque tanto los populistas de derecha como de izquierda, unidos para derrotar la reforma constitucional con un 60 por ciento de votos, plantean la salida del euro y culpan a Bruselas de los males del país. No es tanto problema el cambio de gobierno de Renzi y la inestabilidad política, algo consustancial a la política italiana, como las posturas antieuropeas del Movimiento 5 Estrellas de Beppe Grillo y de los grupos de derecha que comparten el euroescepticismo. Frente a la amenaza de que la tercera economía continental se plantee el abandono de la UE y del euro, cabría esperar alguna respuesta de Bruselas y de los defensores del europeísmo, pero tal como sucedió tras el Brexit, se echa en falta un mensaje esperanzador, una argumentación sobre las ventajas que ha conllevado la unión económica y monetaria del continente e incluso alguna autocrítica sobre el exceso de burocracia y los errores cometidos. Pero da la impresión de que solo queda la Merkel al frente de Europa y que los críticos multiplican apoyos. Y sería un error histórico y un paso atrás destrozar la idea europea.

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