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Como si de una macabra carrera contrarreloj se tratara antes de acabar este 2016, la cifra de mujeres víctimas de sus parejas o excompañeros sentimentales ha dado un salto cuantitativo este fin de semana con tres nuevas fallecidas en poco más de 24 horas, con lo que el siniestro balance del año, con 102 asesinadas, se acerca al de 2015, cuando se llegó a las 112. La primera de las víctimas era una joven de 25 años de Vigo, que falleció apuñalada la madrugada del sábado ante el portal de su casa cuando regresaba de la tradicional cena de empresa de Navidad con amigos y compañeros de trabajo. Ayer fue detenido el que había sido su novio después de que intentara suicidarse, sin éxito como ocurre en buena parte de los casos. Asimismo, ayer por la mañana llegaba la noticia de la muerte, al parecer a golpes, de una mujer de 44 años de La Pobla de Mafumet, en Tarragona, después de que su marido confesara los hechos ante los Mossos. Y por último, también ayer perdió la vida otra joven de 30 años de Santiago de Compostela tras no poder recuperarse de las seis puñaladas que recibió el viernes en su casa presuntamente asestadas por su expareja, aún en paradero desconocido.

Todos estos dramáticos episodios constituyen lo que podríamos denominar, y más de una asociación de mujeres así lo define, como feminicidio. Porque es inconcebible que, año tras año, las cifras de víctimas mortales alcancen los tres dígitos y se perpetúe una lacra que está siendo más letal que el terrorismo que sufrimos en España años atrás. Es verdad que se suceden las campañas contra la violencia de género por parte de administraciones y entidades y se anuncian pactos de Estado para poner freno a esta sangría, aunque la triste realidad es un suma y sigue desolador. No es fácil decir cómo se puede poner fin a esta barbarie, aunque sí parece claro que urge endurecer las penas para los asesinos, con lo que quizá se lograría un efecto ejemplarizante, así como hacer un llamamiento a denunciar cualquier atisbo de agresión, ya sea por parte de la víctima o bien de quien sea que presencie o sea conocedor del más mínimo ataque. La prevención en estos casos está más que justificada y es mucho mejor pecar por exceso de celo que por defecto.

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