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Como si de una repetición de la tragedia ocurrida en la parisina sala Bataclan se tratara, una exclusiva discoteca de Estambul fue el escenario del sangriento atentado que acabó con la vida de una cuarentena de personas la pasada Nochevieja y dejó también casi 80 heridos. El salvaje ataque no fue obra de un comando bien pertrechado de armas, sino de un único individuo que efectuó ni más ni menos que 180 disparos en una de las salas de fiesta más conocidas de la ciudad sin que nadie pudiera impedirlo y que pudo huir del lugar, permaneciendo todavía en paradero desconocido al cierre de esta edición. Y la impunidad y la facilidad con la que actuó el terrorista es lo más horroroso de la masacre, puesto que demuestra lo fácil que puede resultar llevar a cabo salvajadas como la del día 31. Como era de esperar, Estado Islámico se atribuyó ayer el atentado y en un siniestro comunicado afirmaba que “un heroico soldado del califato atacó uno de los clubes nocturnos más famosos donde los cristianos celebran su día de fiesta apóstata”, a la vez que amenazaba al Gobierno turco diciendo que “la sangre de los musulmanes que se está derramando por los bombardeos de sus aviones (en Siria) va a convertirse en fuego en su propia casa”.

Como decíamos, sorprende que un solo individuo pudiera protagonizar un ataque de tal envergadura en una noche de alto riesgo en la mayoría de capitales mundiales y más en un país en que el terrorismo ha alcanzado unas cotas insospechadas en el último año, cobrándose más de 200 vidas, sin contar las de la sala de fiestas, y los niveles de alerta se mantienen en grado extremo. Y como suele ocurrir con demasiada frecuencia, otra de las víctimas colaterales del último ataque ha sido la libertad de expresión, puesto que el régimen de Recep Tayyip Erdogan decretó la censura de las imágenes, tanto de dentro como de fuera del local, con el presunto objetivo de avanzar en las investigaciones, aunque la lectura más fácil sobre esta actuación es evitar difundir al máximo un suceso que volverá a poner en jaque la economía de un país que hasta hace poco era uno de los destinos turísticos clave del Mediterráneo y que ahora ve cómo el número de visitantes, y su economía en general, ha caído en picado tras una sucesión de atentados que no parece tener fin.

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