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Ayer llegó al aeropuerto de Alguaire el primer vuelo de la temporada de la compañía israelí Arkia, que mostró su intención de ampliar las conexiones de cara al próximo verano. Es una buena noticia después de una racha nefasta para el aeropuerto de Alguaire con catorce vuelos desviados en las últimas tres semanas por niebla y mala visibilidad, que han llevado a determinados sectores, incluidos algunos de los que en su momento apoyaron su construcción, a cuestionar su viabilidad. Pero al margen de críticas oportunistas, habrá que valorar los datos y tener en cuenta que en el pasado ejercicio Alguaire cerró con 34.754 viajeros, lo que representa un incremento de 1.500 respecto al año anterior, que el volumen de viajeros está por encima de doce aeropuertos de Aena y recordar que su coste está muy por debajo de otras infraestructuras similares con un déficit que el año pasado fue de 3,5 millones, bastante menos que otros aeropuertos como el de Zaragoza, Reus o Vitoria. No han de servir de consuelo las pérdidas ajenas, pero tampoco es cuestión de zaherirse con las propias cuando pueden ser revertibles y es aquí donde debemos centrar nuestra reflexión, y si procede la crítica, porque la defensa acérrima del aeropuerto de Lleida no ha de ser incompatible con la crítica a la gestión desarrollada. Y es evidente que hay cosas que no se han hecho bien, que las expectativas creadas no se han plasmado en hechos, que posibles líneas de negocio no se han desarrollado y sobre todo que el plan de empresa sigue lejos de cumplirse. Si a esto añadimos que ha faltado transparencia, que el cese del anterior director estuvo rodeado primero de opacidad y ahora de cruce de querellas por acoso laboral o contratos irregulares, se entenderá que la imagen del aeropuerto no pasa por sus mejores momentos, pese a las cifras razonables y que las buenas expectativas se mantienen porque, pese a las críticas, el aeropuerto sigue siendo una infraestructura válida para nuestras comarcas que ofrece amplias posibilidades y sobre todo ayuda a reequilibrar el territorio. Habrá que recuperar la unidad política para defender el aeropuerto, reclamar equipamientos antiniebla que se están demostrando necesarios y tienen un coste de siete millones que puede ser asumible, y potenciar la gestión comercial e industrial de la infraestructura como se ha hecho en otras zonas. Pero no hagamos derrotismo y aprovechemos la oportunidad.

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