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No hay precedentes en ningún país democrático de un aterrizaje en el poder tan turbulento como el que está protagonizando Donald Trump en la primera potencia del mundo: apenas han pasado diez días de su toma de posesión y ya ha firmado hasta 17 órdenes ejecutivas que van desde el intento de suprimir la asistencia sanitaria promovida por Obama a ordenar que se complete el muro en la frontera con México, pasando por la ruptura del tratado con los países del Pacífico, impedir el aborto, aprobar dos oleoductos paralizados por atentar contra el medio ambiente o finalmente restringir la entrada de inmigrantes con veto a los procedentes de siete países aunque tengan doble nacionalidad. Todo adornado con unos ataques a la prensa sin precedentes, una actitud supremacista que nos retrotrae a épocas que todos pensábamos superadas, un desprecio a quienes habían sido hasta ahora aliados como Europa o México y un planteamiento de que el fin justifica los medios, olvidando cualquier principio ético que le ha llevado hasta a defender la tortura. No ha hecho falta esperar a sus cien primeros días para comprobar que está llevando a la práctica lo que prometió en campaña y cosechó el apoyo de sus compatriotas y hasta ha provocado subidas en la bolsa, pese a que Estados Unidos ha pasado de ser el líder mundial que hasta actuaba de gendarme en la globalidad a convertirse en un factor de desequilibrio, de inestabilidad y también de conflicto. Ahora habrá que ver si el Congreso en el que tiene mayoría el Partido Republicano que había criticado todas y cada una de las órdenes ejecutivas de Obama como un abuso de poder refrenda esta política y habrá que ver también la solvencia democrática del sistema y la capacidad de control que pueden tener las instituciones sobre un presidente con vocación de dictador. De momento los países europeos, los árabes y Canadá han criticado los decretos de Trump que restringen la entrada de inmigrantes, pero también cuatro jueces federales y 15 fiscales generales se han opuesto y han bloqueado deportaciones, provocando que el jefe de gabinete de Trump amenazara con ir más lejos en sus restricciones. Algo perfectamente verosímil teniendo en cuenta su trayectoria pero que podría derivar en un conflicto entre instituciones y colocar al Partido Republicano en una difícil tesitura entre la legalidad y un presidente que va por libre. Y solo llevamos dos semanas.

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