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Catalunya vivió en la primera década de este siglo una gran oleada inmigratoria que se vio interrumpida por el estallido de la crisis. Instituciones y la gran mayoría de partidos han coincidido en asegurar a lo largo de los últimos años que la integración de estos nuevos conciudadanos ha sido un éxito. Hay aspectos que corroboran esta impresión, como por ejemplo que casi no ha habido incidentes de carácter xenófobo o que los servicios sociales han sido capaces en líneas generales de dar respuesta a situaciones generadas por este gran volumen de inmigrantes. No obstante, un análisis más detallado permite constatar que hay algunos aspectos que chirrían.

Uno de los más preocupantes es el desigual reparto de la demanda entre los centros educativos, a pesar de que globalmente sobran plazas. Lleida es un ejemplo palmario, y como es ya habitual, hay colegios con un exceso de preinscritos para el próximo curso que se encuentran a poca distancia de otros donde sobran plazas. Enseñanza siempre aduce de que todo obedece a la libre elección de centro a la que tienen derecho todas las familias, pero a nadie se le escapa que uno de los motivos fundamentales es que muchas familias autóctonas evitan escolarizar a sus hijos en centros donde hay un alto número de alumnos cuyas familias son de procedencia extranjera. Incluso el Síndic de Greuges ha alertado en los últimos años de la existencia de “escuelas gueto” en Lleida.

Es un problema real que el conjunto de las instituciones y entidades deberían solucionar, porque la escuela debería ser el principal vehículo para la integración real de los hijos de los recién llegados y, por desgracia, ya se han perdido demasiados años para que sea así.

Un diálogo de sordos

El presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, anunció el sábado ante la asamblea de la ANC que en breve formulará una propuesta al Estado para un referéndum pactado. Poco después, el presidente del Gobierno central, Mariano Rajoy, dejó claro que no aceptará ninguna oferta en este sentido. Así las cosas, está claro que Madrid apuesta definitivamente por el choque de trenes.

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