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El anuncio del referéndum del 1 de octubre evidencia, por si hacía falta alguna prueba más, que hay un serio problema en las relaciones entre Catalunya y España, que algunos pretenden solventar con la ruptura y la independencia, mientras que otros, sobre todo desde Madrid, insisten en aferrarse a una legalidad que hasta ahora no ha funcionado para conseguir un encaje cómodo para buena parte de los catalanes, y otros esperan que se busque alguna solución, la apertura de un diálogo que evite el enfrentamiento y el planteamiento de fórmulas que puedan convencer a la mayoría.

Pero estamos llegando a una situación en la que muchos nos preguntamos si alguien tiene voluntad de trabajar por un acuerdo o ya estamos con posturas parapetadas, que hemos superado el punto de no retorno y que toda la culpa es de quien está enfrente. Desde aquí se culpa al Gobierno central de no permitir el ejercicio de la democracia, de impedir que los catalanes voten, pero se ha tomado postura claramente por una de las opciones, pese al compromiso de neutralidad, se habla de nueva legalidad surgida de una minoría mayoritaria en las urnas y hasta se minimizan los dictámenes del organismo específico, el Consell de Garanties Estatutàries, que se pronuncia contra la tramitación en lectura única de una ley tan importante como la de la transición.

Y desde allí siguen funcionando a base de sentencias del Constitucional, amenazas que van desde el artículo 155 a posibles inhabilitaciones con alguna alusión al papel del Ejército y el recurso a los expresidentes para que recuperen fantasmas bolivarianos o viejas advertencias de que se romperá Catalunya, pensando que de esta forma se puede solucionar el problema.

Da la impresión de que en Madrid ni el gobierno ni la oposición se han enterado de la magnitud del descontento en Catalunya y de la trascendencia del problema, que no se arreglará a golpe de decreto-ley y es muy grave que frente a un problema de este calibre la única respuesta sea el silencio oficial o la reiteración de las amenazas y que se hayan roto todos los puentes para afrontar la cuestión y buscar fórmulas diferentes a la ruptura o la represión.

Hace meses que algunos sectores en Madrid reclaman mano dura para solucionar el problema catalán, mientras que aquí algunos independentistas también esperan que “se monte un sidral” para conseguir su objetivo. Otros aún confiamos en que se dialogue.

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