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En democracia todas las posiciones pueden defenderse y argumentarse, pero todos deberíamos asumir que hay una barrera que nadie tendría que superar: la del recurso a la violencia o la intimidación, porque a partir de que se empiezan a utilizar estos métodos se debilita la razón que se esgrime cuando alguien quiere imponerla por la fuerza.

Este axioma, asumido por la inmensa mayoría de la sociedad, puede aplicarse a planteamientos políticos, discrepancias o reivindicaciones y parece no haberse compartido por quienes organizaron el asalto de unos encapuchados a un autobús turístico en Barcelona, y quienes después les han mostrado su apoyo han justificado su acción o la han minimizado reduciéndola a un hecho aislado.

La CUP, o sus juventudes, tienen todo el derecho del mundo a estar en contra del modelo turístico de Barcelona, a quejarse de la proliferación de visitantes que altera la vida en los barrios y a despotricar contra el sistema que ha colocado a Barcelona en centro de atracción turística para todo el mundo, pero no tiene ningún derecho, y quienes lo hacen cometen un delito, a asaltar un autobús turístico, a amedrentar a sus ocupantes –que han venido a descubrir Barcelona y a dejar aquí su dinero– y a contaminar la imagen de la capital de Catalunya como un sitio donde los turistas no son bienvenidos y donde pueden producirse asaltos como el registrado el jueves pasado, con el precedente de que se han registrado casos similares y la amenaza de que se repetirán e incluso se extenderán a otras zonas, donde en opinión de estos nuevos inquisidores el turista no es bienvenido.

Sorprende que el ayuntamiento de Barcelona cuatro días después aún no haya formalizado la denuncia contra estos vándalos y hasta la tibieza de la Generalitat, con tono paternalista que “estudia unirse a la denuncia”, mientras que desde Arran, las juventudes de la CUP, sacan pecho y amenazan con extender la campaña el mismo día en que las estadísticas destacan que el sector turístico catalán bate récords de visitantes y de ingresos.

Alguien tendrá que recordar que el turismo es la primera industria de Catalunya, que se han invertido muchos recursos en vender la marca y captar visitantes, que contrariamente a lo que dicen los de Arran no mata, sino que da vida y que muchas comarcas asumen gustosas posibles inconvenientes. Y quienes protestan también son turistas en otros sitios cuando salen de la capital.

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