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Esta es la forma más sincera que el aficionado del Futbol Club Barcelona puede utilizar para despedir a uno de sus futbolistas más destacados, el brasileño Neymar, que tal como se venía sospechando ha cambiado su amor por los colores blaugrana, confesado con reiteración cada vez que se le mejoraba el contrato y la última fue en octubre, por la devoción al París Saint-Germain en cuanto el cheque ha sido ligeramente superior.

Todo el mundo tiene derecho a cambiar de empresa si mejoran las condiciones laborales o el reconocimiento profesional, y evidentemente lo mismo debe aplicarse a los futbolistas, pero hasta las despedidas tienen que hacerse con lealtad, sin engaños, ni perjuicios añadidos, con agradecimiento cuando proceda y buscando mantener las buenas relaciones.

El futbolista brasileño no lo ha hecho así y lleva toda la precampaña con insinuaciones y medias palabras, mientras sus asesores cerraban el trato con el jeque catarí que es dueño del PSG y se ha limitado a despedirse de sus compañeros y del entrenador sin el menor gesto con la directiva, que ha hecho un triste papel, con los medios que le han seguido o con la afición a la que debe su fortuna.

Reconociendo su calidad como futbolista hay que recordar que el caso Neymar empezó mal, con pago de primas a su entorno para que viniera antes, para que no fichara por el Madrid, con pleitos en España y Brasil con la empresa que tenía parte de sus derechos y con problemas fiscales, y que acaba peor con otro litigio por la prima de 25 millones que reclama por haber renovado en octubre y una despedida sin concretar quién pagará los 222 millones de la cláusula de rescisión.

Tendrán que dar explicaciones los responsables del Barça por tan nefasta gestión y porque empezaron discutiendo con el PSG por Verratti y han acabado perdiendo al que hasta ahora presentaban como heredero de Messi. Eso sí, ingresarán 222 millones de euros y sería motivo de reflexión preguntarse si no se ha perdido totalmente el sentido de la medida en el fútbol internacional, que mueve estas cantidades astronómicas por los derechos de un futbolista y ha creado un modelo de deportistas vanidosos, caprichosos, que viven en una burbuja artificial llena de lujos y totalmente aislados de los aficionados e incluso de los valores del deporte.

Algunos preferiríamos que los jugadores sintieran los colores más allá del día de su fichaje o de su presentación pública.

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