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Tras lamentar la muerte de una mujer de 51 años de nacionalidad alemana que estaba ingresada desde el pasado 17 de agosto en la UCI del Hospital del Mar, y que eleva a 16 los fallecidos por el atentado de Les Rambles y Cambrils, y después de las demostraciones de convivencia y solidaridad llevadas a cabo por las ciudades golpeadas por el terror, desde Ripoll a Rubí, pasando por Llimiana y evidentemente la Ciudad Condal y la de la Costa Daurada, sería conveniente que las diferentes administraciones, tanto catalanas como españolas e internacionales, se pusieran a trabajar de forma coordinada para acabar con esta lacra mundial. Al margen de este fin común, habría que intentar también no mezclar las tensión política entre el Estado español y la Generalitat con la lucha contra la barbarie que el Estado Islámico está extendiendo más allá de Siria e Irak, donde no olvidemos mueren cada día inocentes por su sectarismo e integrismo. Por lo que hace referencia a los silbidos al rey Felipe VI no los puede aplaudir nadie con responsabilidades públicas porque en democracia las diferencias políticas deben resolverse dialogando, votando y buscando soluciones a las demandas ciudadanas.

El respeto a las instituciones no hay que perderlo nunca y tampoco es preceptivo incomodar a quien acude a un acto para solidarizarse con las víctimas del terrorismo. Ahora bien, la libertad de expresión de quienes abuchearon al monarca el sábado en Barcelona va mucho más allá del proceso catalán y aborda un problema que más pronto que tarde debe afrontarse en los parlamentos, y no es otro que la venta de armas a países sin democracia o que pueden ser sospechosos de financiar al Estado Islámico. En cuanto a las senyeres, estelades o rojigualdas, que también las había, que portaban manifestantes el sábado en Barcelona, no deberían enojar a nadie, como no lo hicieron en marzo de 2004 cuando en la gran manifestación de Madrid (tras el atentado de una célula terrorista de tipo yihadista en los trenes de cercanías de Atocha en que murieron 192 personas), las banderas españolas ondeaban por doquier, como símbolo de que los madrileños y España entera no se dejarían vencer por el terrorismo yihadista. Harían bien unos y otros en buscar vías de entendimiento en lugar de abrir más polémicas estériles.

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