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El president Puigdemont apeló ayer a no tener miedo en el proceso que vive Catalunya después de haber asegurado que la estrategia de amedrentar a los gobernantes de Catalunya, a los alcaldes o a la población en general no funcionaba. Tiene razón: con miedo no se va a ninguna parte y quien pretende fomentar el miedo es porque no está convencido de sus propias razones, porque tiene que recurrir a la amenaza para que le den la razón o porque quiere acallar a sus disidentes. Pero la estrategia está repartida y tan criticable es que los alcaldes independentistas tengan que empezar a desfilar a partir de hoy ante los tribunales por facilitar que sus vecinos puedan votar, como que se presione a los alcaldes y concejales que no están por la independencia como han denunciado desde el PSC y que ha llegado al lamentable extremo de los señalamientos en los carteles difundidos por Arran en Lleida. No hay que tener miedo, pero sí hay que preocuparse cuando el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, avisa que “nos van a obligar a lo que no queremos llegar” o cuando dirigentes del PP aseguran que “a los independentistas, el procés no les va a salir gratis”, pero también cuando en el Parlament de Catalunya se desoyen los informes de los letrados de la cámara y los dictámenes del Consell de Garanties o cuando dirigentes independentistas aseguran como hicieron el domingo en Lleida que ya han ganado y el Constitucional ya no manda en Catalunya, sin esperar siquiera al resultado del referéndum y marcando una ruptura de la legalidad insólita en una democracia. Hay preocupación porque nadie explica con claridad lo que pasará el 2 de octubre, ni las repercusiones del proceso en la situación económica de los catalanes, en la evolución de nuestras empresas, en su encaje en Europa e incluso en las relaciones con España. Hemos entrado en un proceso en el que mandan las consignas y la propaganda por encima de los argumentos y las reflexiones y hay incertidumbre porque el panorama posterior al referéndum es ilusionante para unos, pero preocupante para otros que consideran que se tomará una decisión trascendental sin las adecuadas garantías. Nadie sabe qué pasará dentro de dos semanas, pero debería ser motivo de preocupación que una parte de Catalunya se sintiera derrotada o incluso humillada y que la sociedad civil acabara fracturándose en dos mitades sin voluntad de dialogar.

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