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Rajoy y su gobierno han querido combatir a golpes los sentimientos de un pueblo, han reprimido a porrazos los votos de buena parte de los catalanes, han olvidado que con violencia no conseguirán nada y además han dado una imagen lamentable e impropia de la democracia española. Lo peor es que siguen sin enterarse de nada de lo que sucede en Catalunya: a mediodía, mientras que, pese a la represión y los intentos de boicotear la convocatoria, se votaba en todos los pueblos y ciudades catalanas, la vicepresidenta aseguraba que el referéndum estaba desmantelado y que no se estaba votando y pasadas las ocho de la tarde el mismo Rajoy presumía de haber evitado el referéndum actuando con “firmeza y serenidad”, justo cuando el balance de la jornada elevaba a más de 700 los heridos por las cargas policiales y no se tienen más noticias de su política en Catalunya que el envío masivo de guardias civiles para reprimir las votaciones.

Pero ni con este desembarco policial ha conseguido Rajoy su objetivo: ayer se votó en Catalunya. Con más dificultades de las previstas, con menos garantías de las deseadas, con más obstáculos de los que deberían existir en una democracia consolidada, pero se votó. Con ilusión y de forma multitudinaria para reclamar la independencia de Catalunya, pero también para defender su dignidad como pueblo, ignorada primero por Rajoy y su gobierno, violentada después con los registros y las detenciones de la semana pasada y golpeada ayer en las cargas que se repitieron en pueblos y ciudades.

Se reivindicaba el derecho a decidir y se votaba por la independencia, pero quienes ayer salieron a la calle y llevaron su papeleta a las urnas también defendían la dignidad como pueblo, su voluntad de ser y decidir y el rechazo a toda forma de violencia. Y esto deberían saberlo Rajoy y su gobierno que no han hecho nada para solucionar el problema, que existe aunque no quieran verlo y que ahora ha traspasado fronteras, y tras sus repetidos fracasos quedan inhabilitados para el futuro.

España necesita otros gobernantes que escuchen, que no rehuyan los problemas esperando que se solucionen solos, que faciliten el ejercicio del voto, que negocien con quienes piensan diferente y que respeten las voluntades mayoritarias. Puede que el referéndum de ayer no tenga validez jurídica, pero sí tiene una enorme trascendencia política y obliga a que España y Europa afronten de una vez la cuestión catalana.

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