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Aunque nadie quisiera reconocerlo hasta que se hizo realidad, era previsible que Barcelona no ganaría la batalla para convertirse en la sede de la Agencia Europea del Medicamento. Y desgraciadamente, también era previsible que todas las partes implicadas se culparan entre ellas del fracaso como así sucedió en cuanto trascendió que Barcelona había quedado eliminada en la primera ronda en una pugna que finalmente acabó ganando Ámsterdam por sorteo ante Milán, las dos finalistas que obtuvieron idéntica puntuación. Los postulantes de la candidatura coincidían en que Barcelona era la mejor sede posible de las 19 aspirantes desde un punto de vista técnico con una sede espectacular en la torre de Jean Nouvel en la plaza de Les Glòries, con un sector farmacéutico pujante, comunicaciones al mejor nivel, respaldo de los casi mil trabajadores que cambiaban la niebla londinense por las playas barcelonesas y teórico respaldo de todas las instituciones implicadas: gobierno central, Generalitat y ayuntamiento interesados en captar un centro que dinamizaría toda la actividad investigadora y farmacéutica. Pese a todas estas ventajas, Barcelona ha caído en la primera ronda y de entrada hay un argumento de peso: si Europa tiene que buscar una sede para esta agencia porque Londres se va de la UE, difícilmente apoyarán elegir como sede la capital de un país que también puede acabar saliendo de la UE si prosperan las tesis independentistas. Europa, tradicionalmente, opta por la comodidad y no quiere más líos de los estrictamente necesarios, y elegir una sede como Barcelona en estos momentos es una complicación añadida. A esto hay que añadir que la imagen internacional de España tampoco vive sus mejores momentos y que su influencia en la política europea es más bien reducida sin capacidad para captar aliados o para influir en las grandes decisiones. En consecuencia, era previsible que países que sí pueden ofrecer estabilidad y compromiso con las instituciones europeas, y que además tienen capacidad de presión y de negociación se hayan llevado los premios gordos: la Autoridad Bancaria Europea se va a París como contrapeso de Fráncfort que ya acoge el Banco Central Europeo y la Agencia del Medicamento se va a Ámsterdam, con Milán como finalista que recibirá alguna compensación menor. Aquí unos y otros seguirán cruzándose reproches y culpando al adversario del fracaso.

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