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Los mensajes telefónicos de Carles Puigdemont al exconseller Antoni Comín captados por un cámara de Telecinco se han convertido en el tema del día, tanto por su contenido con duras críticas a sus mismos partidarios, “nos han sacrificado”, como por el estado de ánimo que reflejan al advertir que “esto se ha terminado” y también por la polémica generada en torno a la legalidad de la captación de estos mensajes y su posterior difusión. Confirmada la veracidad de los mensajes, tanto Comín como Puigdemont anunciaron querellas por la obtención ilegal de estos mensajes y su posterior difusión y por la supuesta vulneración del derecho a la intimidad, pero hay que recordar que los mensajes no afectan al ámbito privado o familiar, sino al político con una trascendencia evidente amparada por el derecho a la libre información en un tema de interés general, que además las grabaciones se hicieron un espacio público con nutrida presencia de periodistas sin que se interceptara ninguna comunicación, ni se pinchara o se robara el aparato y que parecen obedecer más a una torpeza o negligencia de Comín al consultar su móvil que a una vulneración de sus derechos. Hay precedentes de casos similares en que se divulgaron mensajes parecidos, desde el “Luis, sé fuerte” de Rajoy a Bárcenas a los de Urdangarin, en los que el foco se ha centrado siempre en el contenido y no en las formas. Y con respecto a los mensajes enviados, es evidente la decepción y el enfado de Puigdemont con la suspensión del pleno de investidura, las diferencias de estrategia y el reproche a Esquerra “que tendrá consellers” y el reconocimiento de que va ganando la Moncloa, aunque como explicó después responden a que también es humano, que puede tener dudas y momentos de debilidad, aunque en el mensaje público vuelve al relato oficial insistiendo en que sigue siendo el presidente, no se arrugará, ni dará un paso atrás. Es decir, hay una notable diferencia entre el mensaje que se envía a un compañero de fatigas reconociendo que “nos han sacrificado” y el discurso oficial, en el que se tiene que mantener un tono épico y hasta de cierto triunfalismo. Ya sabemos que la política tiene mucho de impostura, que hay que mantener la moral de los partidarios y que la táctica aconseja seguir adelante y no retroceder, pero a veces se corre el riesgo de creerse la estrategia y alimentar la burbuja hasta que la opinión privada contradice la pública.

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