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Algunas cosas están cambiando en la sociedad española. Y para bien. Ciertos colectivos reiteradamente maltratados han decidido empoderarse y luchar. Empoderamiento es una palabra masculina que debería ser femenina. Se refiere a la toma de conciencia de sectores marginados que se unen y luchan para forzar un cambio hacia una sociedad más justa, y su uso más común se ha dado históricamente en el feminismo. Las históricas manifestaciones de mujeres del pasado 8-M tuvieron toda la pinta de marcar un antes y un después. Las protagonizaron, sobre todo, unas generaciones jóvenes que han dicho que no piensan tolerar la marginación y abrieron los ojos a la gente de entre 40 y 60 años –la que copa los cargos que comportan tomas de decisiones–, sobre todo a los hombres de esta franja de edad, que se han dado cuenta que machistas no son solo sus padres o sus abuelos, que se sentaban en el sofá mientras sus mujeres limpiaban la casa, sino también ellos porque nunca habían pensado que su paternidad no ha sido un obstáculo en su carrera por ser hombres. A las mujeres se les han unido los pensionistas, que se han rebelado contra la subida ridícula de las prestaciones y contra el escandaloso vaciado de la hucha que debía garantizarlas para el futuro. Impresionó ver ayer la plaza Sant Joan de Lleida llena de jubilados que exigían dignidad. Causa estupefacción que Rajoy diga en el Congreso que no tiene 2.300 millones para pagar unas pensiones dignas cuando el Banco de España da por perdido el 75% del rescate bancario (lo que nos comportará a todos el pago de nada menos que 40.000 millones de euros), y Montoro ha perdonado centenares de millones de euros a grandes fortunas con una amnistía fiscal que fue declarada inconstitucional, y el rescate de las autopistas de Aznar, Aguirre y Cascos costará 6.000 millones a los contribuyentes. Eso para citar solo tres ejemplos. Dejando de lado el cinismo de cargos como el gobernador del Banco de España, Luis María Linde, que tuvo la desfachatez de recomendar a los jubilados que se vendan sus casas para completar la pensión, da la impresión que el Gobierno prepara el camino para una privatización más o menos encubierta de estas prestaciones, lo que aportaría pingües beneficios, una vez más, a la banca. Pero esta vez quizás no lo logre. Los pensionistas, desde luego, no se lo van a poner fácil. Benditos empoderamientos.

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