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El fundador y presidente de Facebook, Mark Zuckerberg, ha tenido que comparecer ante el Congreso de los Estados Unidos para dar explicaciones por la filtración masiva de datos personales de 87 millones de ciudadanos a través de Cambridge Analytica que fueron posteriormente segmentados y utilizados políticamente en la campaña electoral de Trump o incluso en las plataformas partidarias del Brexit. Zuckerberg volvió a pedir perdón, reconoció que no había protegido suficientemente a sus usuarios, volvió a prometer que se auditarían los errores y hasta anunció cambios para proteger los datos. Hasta llegó a culpar a Rusia de aprovecharse de la red para llegar a 126 millones de usuarios, algo que también es responsabilidad suya y de su compañía, pero el objetivo en el Congreso era tranquilizar los mercados, frenar la depreciación en bolsa e intentar mantener la imagen de Facebook como empresa “simpática y optimista”, pese a que se ha transformado en uno de los pilares del nuevo establishment hasta convertir a su fundador en uno de los hombres más ricos, y sobre todo poderosos, del mundo. Pero Zuckerberg, y su empresa, quedaron retratados cuando el senador demócrata por Illinois, Dirk Durbin, le preguntó si podía decir el nombre del hotel en que se alojaba. Tras un titubeo respondió que no y el senador insistió en que si podía explicar con quién ha intercambiado mensajes en los últimos días y nuevamente el aludido contestó que preferiría no hacerlo público, admitiendo que defiende una privacidad que su compañía no respeta con sus usuarios. El gran problema es que en aras de la conectividad global se sacrifica la privacidad, se ponen a disposición de una empresa datos personales que hasta ahora los ha utilizado a su libre albedrío con fines comerciales que han generado beneficios multimillonarios y también políticos, que son los que han desatado la tormenta. Estamos en una jungla sin control, y no solo en materia de datos, sino también en difusión de información y también de fakes o falsas noticias que también podría incluir a Google que van acumulando, y jerarquizando, datos sin una previa contrastación, y no se trata de que sus generosos propietarios busquen fórmulas para protegernos y garantizar nuestra intimidad, sino que haya una regulación democrática, garantista y universal. Nos hemos dejado engatusar por los espejitos y ahora cuesta salir de la jaula.

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